viernes, 31 de diciembre de 2010

Thomas Pynchon: La subasta del lote 49 (1966)

Por esta línea recta en la que ya no sé si te busco a ti o me busco mí. Calles de París llenas de silencio sin misterio. No sé si echo de menos. No sé a quién. Las palabras dirigen a otros sitios y creo que entre ellas debes de estar, o algo que querían decirme o que quieres que yo comprenda.

Las líneas se bifurcan, son puntos de fuga, pero intento seguir cada uno de esos caminos paralelos que son al fin y al cano ñas vidas imposibles que ya hemos seguido con la imaginación.

Bartleby y compañía, especialmente, ha guiado tras su lectura un buen tiempo de esta deriva, ha poblado este mapa del laberinto con el que sigo no sé qué camino, aunque sé que pasa por la lectura de Pynchon.

Un libro que no ofrece concesiones, tal vez sea ese el logro de The Crying of Lot 49, que en excepcionales ocasiones nos muestra que también sabe hacerlo de otra manera, pero no le interesa. Como a Tapies no se le hubiera perdonado que no supiera dibujar y el público en general comprende y por tanto perdona que sus obras son una evolución.
Así, la novela corre vertiginosa y casi sin sentido en busca de cosas que no lo tienen, el sentido o el vértigo, construyendo la paranoia de la manía persecutoria a gran escala, las grandes y secretas conspiraciones que luego se han puesto tan de moda. Tengo que leer El club de la lucha, que me ha traído a la memoria La subasta... me suele dar pereza leer libros de los que ya he visto la película como me da pereza ver películas de las que el libro me ha gustado.Pero a lo que iba, que el autor no hace concesiones, y solo en algún raro momento se deja llevar con la lírica de la imagen, con historias posibles paralelas a la de la novela, en las que demuestra su capacidad para pintar figurativo:
[...] pensó en aquellos otros vagones abandonados, vagones de mercancías en cuyo suelo de tablas se sentaban los niños y se ponían a repetir, más contentos que unas pascuas, las canciones que se oían en el transistor de la madre; en aquellos otros intrusos que extendían una lona a modo de colgadizo en la parte trasera de los grandes y sonrientes anuncios que flanqueaban todas las carreteras, o que dormían en cementerios de coches, en la cáscara vacía de algún Playmouth destrozado, que incluso, con no poca osadía, pasaban la noche en lo alto de algún poste, bajo el toldo de algún celador de línea, semejantes a orugas, columpiándose entre una telaraña de cables telefónicos, viviendo en el mismísimo aparejo cúprico, en el mismísimo milagro secular de la comunicación, indiferentes al mudo voltaje que vibraba a lo largo del tendido, la noche entera, a instancias de millares de mensajes inaudibles. 
Y el caso es que sus breves pinturas figurativas me interesan, no tanto así las de Tapies, tal vez porque como manda una buena historia apuntan a otros caminos que quedan cortados. Libros que retoman otros autores.Como digo, en esta leve línea que une unos libros a los otros libros, llegué a Pynchon a través de Bartleby y compañía, (fragmentos 79 y 84 si he anotado bien) y luego de pasar por 2666 y ese Benno von Archimboldi lleno de rasgos del mitificado autor que, por cierto, tiene novedad editorial con Contraluz.Me ha gustado el inicio, luego la nubosidad de sus historias que corren entre la velocidad y el desdibujo, luego me perdí y tuve que volver hacia atrás, pero creo que eso fue porque la historia no siguió un camino que yo había inventado y porque las grandes conspiraciones me crean ansiedad y me producen cierto tedio. Quería que todo desembocara. Y desembocó. Extraño, no sé si como a otros autores a los que vuelvo, aunque tengo curiosidad por encontrar a Pynchon en otros registros. 

domingo, 26 de diciembre de 2010

Lorena Escudero: Negativos (2010)

Lorena me envió hace unos meses el manuscrito de sus Negativos. Yo estaba aturdido en otras cosas y además atascado en la lectura de Proust.
Hace dos años y medio por fin me hizo caso y dejó de guardar los relatos en cajones: folios y más folios llenos de ideas, para cambiarlos por carpetas, para reunir por series que ella podía definir por estilo, temática o colores... cada uno a su criterio o descriterio, por extravagante que sea.
Y el caso es que esas carpetas se han ido llenando y ahora son un libro. Un muy buen libro. Nada que envidiar a nadie.
Lorena Escudero a construido un libro de textos breves y le repatea como a mí tanta terminología vaga: minificciones, minicuentos, ficciones breves, cuentos hiperbreves. Huye, como debe hacer todo autor que se precie, de las terminologías y de las etiquetas: huyendo de todo lo conocido podrán descubrir terrenos nuevos, sólo de esa manera.
Tal vez no hay saltos cualitativos, sólo huidas hacia el vacío.

martes, 23 de noviembre de 2010

Alessandro Baricco: Homero, Iliada (2004)

En sus primeros escarceos literarios Miguel Izamid cometió varias imprudencias. En ocasiones, en las grandes, el producto de esa imprudencia es el hallazgo. Esa ligereza puede ser el resultado de la juventud o de un exceso de confianza en uno mismo que causa esa primera edad o la edad avanzada y así, Izamid y Baricco, desde los extremos de la juventud acometieron la tarea de escribir sin acierto la obra del ciego.
La manera de Izamid se perdona por su candidez, la otra no. El joven escritor reinventó en verso libre la historia de Homero. Digo reinventó porque no la conocía: sí, la había estudiado en el colegio, títulos y poco más, luego se aficionó en la época adecuada al Heavy Metal y por ese camino no tardó en toparse, recordemos que hablamos del inicio de la década de los noventa, con Achilles, agony and ecstasy in eight parts de Manowar, una composición de casi media hora que hizo suya, no traduciendo sino interpretando. Tenía que trasladar al español la intensidad de la música que era personaje principal de la obra: era un crío. Como el flirteo con las drogas de otros personajes ilustres debemos perdonar y comprender, en Izamid, el flirteo con los clásicos. No sabía dónde se estaba metiendo.
Con todo hubo algunos aciertos que merecen cierta atención, sobre todo, ya lo hemos dicho, en la translación de los fragmentos íntegramente musicales. Pero hablo de lo poco que recuerdo de aquellos folios que me dejó leer hace veinte años, y el tema no era esta versión que inevitablemente he recordado en mi lectura. El tema es Baricco, alguien que sí sabía dónde se metía, y que por mucho éxito que haya alcanzado en sus lecturas públicas esta versión, a mí no me ha interesado, me parece una pérdida de energías literarias. O estaba soltando lastre, quién sabe, como Izamid, con la diferencia de que con este divertimento el autor de Seda, quién hubiera dicho estas dos cosas, ha ganado pasta.
No me ha interesado la versión, sí la introducción y el posfacio, por tratarse de meditaciones a cerca de la obra mayor que no justifican el resto del trabajo. Ese resto no funciona, es aburrido y como le oí decir a un tipo al que entrevistaban en la radio pocos días después de terminar mi lectura, un tipo bastante culto y serio que no recuerdo ahora qué es lo que había escrito y al que a colación de su propio libro le preguntaban por este cambio de óptica de la Iliada, un cambio sin cambios, pues el tipo respondía, llanamente, que se trata de una clase de ejercicios que no le interesaban porque simplifican sin aportar.
Qué aporta, pues. Tal vez la forma en que trasluce la manera de expresarse literariamente Baricco, su estilo sus tics, ciertos silencio. Poco más y eso no justifican una obra: tampoco un final que parece ser la parte nuclear del libro y que hubiera sido un buen artículo de prensa que poder recopilar junto a otros. Podría haber sumado otro en el que proponer un intento de lectura imposible con la que vestir la introducción inicial. En esa lectura nos hubiéramos ido levantando todos de la sala hasta dejar la sala desierta como le pasó a Berthe Trépat o a León Febres-Cordero con su Clitemnestra: todos allí fuera fumando, aliviados, los que ahora empiezan a ser los popes de la literatura y todos los otros, esperando a que termine la interminable telenovela.
Homero, Iliada, es aburrido como leer un libro de sinopsis de películas. Da igual que intente justificarlo con juegos intelectuales: cuando habla de cortar las partes relativas a los dioses no se trata de la simbología de «lo inconmensurable que se asoma a menudo en la vida», ni de la duplicación de las acciones y las ideas de los dioses en los humanos, se trata de que ese espíritu de una época que quiere reflejar en su acomodación de la obra parte de la eliminación de lo central, de esas deidades, tan divertidas, pasa por asumir que todo el cine de acción es la Iliada sin los designios de esas divinidades caprichosas. Y eso, como dijo el hombre que hablaba en la radio, no interesa, por lo menos a mí.
Hay tal vez una novela, o varias, al final de este ejercicio de estilo. Dos me vienen a la mente:
Uno. Wittgenstein va a la guerra con la convicción de que es allí donde el Hombre se encuentra a sí mismo.
Dos. Un camino al futuro que toma otra dirección que la de Huxley. Un mundo real en paz, en silencio, un poco más acá de esos desvaríos o visiones de Orwell.  Un sitio en el que estamos, sencillamente y todos, bien.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Roberto Calasso: K. (2002)

Otra vez la diatriba acerca de la novela. Hace años me llamó la atención el cartel que las librerías exponían sobre este libro: K, la portada de Anagrama, esos trazos, me llenaban de curiosidad.
Leer ha sido interesante, por el interés que despierta la vida de Kafka y su obra. El repaso por sus novelas, sus fechas, las marcas de los sitios en que escribió, sus días mitificados.
Alguien debe advertir de que no se trata de un libro que se deba leer si queda, en la lista, por leer las novelas de Franz Kafka. Como en cualquier estudio que parte de la lectura, pasa por argumentos y por finales, por dudas y por argumentos.
Una lectura extraña en la que he esperado, por error propio, que en algún, momento un personaje se irguiera como el estudioso que da cuerpo a la novela. Y no el estudio termina en el último punto. Luego otro libro.   

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Bill Bryson: Shakespeare (2007)

Cristina me ha regalado este librito. Como buen amigo no buscó ni esperó fechas singulares, me lo regaló porque creía que debía tenerlo. Secretamente creo que lo hizo para salvarme de la frustración que empezaba a suponer no poder avanzar más con En busca del tiempo perdido, pero bueno. 
Este libro que en inglés de titula William Shakespeare: The World as Stage, es una sorpresa, te mantiene atado a la curiosidad de saber, de buscar más acerca de alguien por quien tampoco nunca tuviste una curiosidad especial. Es un libro para avezados lectores y para lectores no interesados en mucho por lo que hay en los libros. Y creo que es así por culpa del propio Bryson, de quién es la culpa de los libros si no de sus autores, de quién la del estilo, la del tono. El de Bill Bryson es cercano, es amigo y curioso, se acerca a la erudición desde la sorpresa del que encuentra los conocimientos en una caja mientras buscaba otra cosa: una foto muy antigua, una ropa de ella, un disco que ya no está de este lado.
Empatizar con el autor, sentir su simpatía, su amistad. Creer lo que te dice porque sabes que sabe que de nada le serviría mentirte o mentirse. Esto parece no venir a cuento de nada, pero tiene que ver: este Shakespeare habla de la búsqueda de la verdad, de la indagación en los pocos hechos verificables, y así ciertos, sobre la vida del de Stratford.
Este libro te devuelve al Londres de 1600, te lleva al reconstruido teatro del Glove, en el Bankside, a los bocetos de Swan que se perdieron como casi todo, luego una copia del boceto de Witt en una libreta que permanece en Utrech tres siglos, y luego te lleva al West End, te enseña a pasear por la peste y las hambrunas en una ciudad en crecimiento, por los espacios cubiertos a la lluvia en los alrededores de Saint Paul. Ahí ves la catedral desde el Modern Tate, comprendes las afueras, Kensington, las Dock Lands, la ciudad que a penas intuiste y la que has inventado junto a la Historia borrada en capas y capas de empedrado y asfalto. Aprendes a pasear por el autor y por su rastro, los libros, la imaginación de hallar en una librería de viejo, o en el 84 de Charing Cross Road, por ejemplo, sus Trabajos de amor encontrados, de la que según un inventario de 1603 debió de haber, como era uso, 1.500 ejemplares. Tantos libros perdidos.
Pero todo empieza más atrás, y este breve libro es un libro lleno de curiosidades en el que uno se siente tentado a repetir paso a paso cada comentario, en lugar de meditar sobre la lectura. Empieza con la imagen informe de Shakespeare en el improbable retrato de Chandos. Luego la plancha de cobre que abre su Primer  Folio, y por último «la estatua pintada de tamaño natural que ocupa el centro del monumento mural a Shakespeare, en la iglesia de Stratford-upon-Avon, donde está enterrado». Una efigie blanqueada y vuelta a pintar, que casi sin volumen deja un rostro como el de los recuerdos muy lejanos: se borra y vuelve a parecer mutilado, crece y se hace pequeño en nuestra imaginación. Y el sueño hace el resto.
Pero hay a lo largo de todo el libro tantos detalles como estos que cubren únicamente las cuatro primeras páginas: los sonetos, las firmas de Shakespeare y las formas de escribir Shakespeare, las dicciones ambiguas, los neologismos en su obra (todo un trabajo de traducción, por parte de Andrés Ehrenhaus), las constumbres de los autores de la época que completaban sus obras con fragmentos de otras, tantos mercaderes de Venecia, Italia en Shakespeare...
Un libro inevitable que me ha hecho abandonar mis últimos intentos con En busca del tiempo perdido al terminar de leer el capítulo introductorio con estos dos párrafos:
En respuesta a la pregunta obvia, este libro no se escribió tanto porque el mundo necesitara otra obra más sobre Shakespeare como porque lo requería la serie. La idea que lo sustenta es sencilla: se trata de determinar qué puede saberse de Shakespeare sin recurrir a la especulación.
De ahí que sea tan delgado.    

lunes, 1 de noviembre de 2010

Marcel Proust: En busca del tiempo perdido, IV. Sodoma y Gomorra (1922-1923)

De pronto un cambio. La aparición de los hombres-mujeres y la capacidad de Proust para definir la psique y el comportamiento humano. Maravillosa su capacidad de radiografiar al ser humano en todas sus facetas.

sábado, 16 de octubre de 2010

Marcel Proust: En busca del tiempo perdido, III. El mundo de Guermantes (1920-1921)

Estos volúmenes que continúan como lo hacen ahora las teleseries, pero sin el breve resumen que suelen hacerse para saber dónde te habías quedado. Casi la sensación de que el libro parte por dónde el número de páginas comienza a hacerse excesivo.
Sorprende el cambio de estructura con respecto a los dos anteriores. Y más, una estructura que no sé si está sólo en mi edición y que sólo había visto en Cormac McCarthy, que adelanta lo que va a suceder en cada capítulo del su Meridiano de sangre. Curioso como uno cree novedad a lo que es desconocimiento.
En lo demás, en lo principal, la obra sigue su curso, aparece Albetina y sigue la capacidad de Proust para llenar la acción de símiles sobre la actitud sentimental del hombre.
He corrido por sus páginas a toda velocidad, la muerte de la abuela, los zapatos rojos, el equilibrio en que el personaje busca el sueño y confunde sus habitaciones, los prostíbulos, perdón las casas de citas, Raquel...
Más que Albertina, Raquel.

sábado, 25 de septiembre de 2010

jueves, 9 de septiembre de 2010

Marcel Proust: En busca del tiempo perdido, I. Por el Camino de Swann (1913)

Tal vez una búsqueda como la de Proust es la del que, a través de la memoria busca en qué se equivocó, procura localizar cada una de las minúsculas variaciones de la vida —que son todas—: una duda, un parpadeo producto del viento frío de las afueras, una respuesta demasiado apresurada. Tal ves esa es la búsqueda que Marcel Proust hace dentro de su memoria la que hago, yo, un desmemoriado, a lo largo de estos libros.
Encuentro gestos, recuerdos de museos, pinturas que me llevaron a posponer un día el encuentro por la sorpresa de una retrospectiva de Turner, dudas en que me sentí más como el niño Proust en los Campos Eliseos que como Swann ante un capricho o un cariño de Odette. Pero me vuelvo a dejar llevar por el soniquete de esta prosa que enlaza pensamientos veloces, que no deja al tiempo segundos para llevarlo al sueño.
Cuando decidí comenzar esta novela en siete partes, pensé en intercalarlas con otras lecturas, me propuse releer algunos libros de relatos: a Schwob, al que he recordado durante el viaje, a Nabokov, Felisberto Hernández, que compré en Buenos Aires, y así ir improvisando hasta seis. Pero al terminar este primer volumen creo que no tiene sentido descansar con otras lecturas.
Tal vez estaba demasiado asustado por tantos que se han  preciado de haber leído À la recherche du temps perdu como de un hito inalcanzable, poniendo cara grave de densidad o de aburrimiento, que a veces es lo mismo, otras no. Pero tal vez se lo tomaron cuando a mi me castigaban en el colegio a aprenderme, para la semana que viene, las cuarenta de Manrique. Quien eso hacía no había aprendido nada de literatura, como les sucede a tantos profesores que acercar a un chaval a la literatura, enseñar a disfrutarla es eso. Se me ocurre un símil proustiano, de esos que van llenando y sorprendiendo, haciendo amena la lectura, pero este es mío, más chabacano y necio que los suyos: Como si el profesor, un tal Camacho, hubiera querido enseñar los placeres de la anatomía femenina diseccionando un cadáver.  
Así, pero mejor, Proust nos va sorprendiendo con símiles que en su acumulación se hacen naturales, como este ya al final que he apuntado en la libreta:  
[...] cuando estaba dormido, sacaba de imágenes incompletas y mudables deducciones falsas, y, momentáneamente, tenía tal potencia creadora que se reproducía por simple división, como algunos organismo inferiores.
«Organismos inferiores»... hay expresiones que no se pueden deber solo a la traducción y que si hubiera apuntado podría haber vendido a varios amigos míos como títulos para otros tantos libros. Pero más allá del estilo el libro me ha divertido y me ha gustado: el intento literario, su fuerza creadora y sobre todo esa manera de recrear: el niño y sus vergüenzas y sus desilusiones, el horror de Swann ante la frase «dos o tres veces».


miércoles, 1 de septiembre de 2010

Louis-Ferdinand Céline: Viaje al fin de la noche (1932)


Vuelta a ese viaje, los libros repetidos son otra forma de la experiencia lectora, porque somos más conscientes de nuestra propia acción sobre el texto. El que somos, sólo, el texto que puede leer el que ya no somos, lo que fuimos. 

sábado, 21 de agosto de 2010

Christopher Nolan: Origen [Inception] (2010)

Bueno: una película no es, obviamente, un libro. Pero un buen guión original sí es una forma paralela la la de una buena historia contada en 150 folios que se convierten en 150 minutos según las normas de la industria americana. Como quier a que sea me ha impactado la fuerza narrativa de esta historia que tiene que ver mucho con ciertas obsesiones sobre lo onírico de esa novela, entorno al mundo de los sueños que Miguel Izamid lleva años prometiéndome que está a punto de escribir.
Izamid habla de una novela para la que creo que ya ha hecho varios esquemas, uno  diferente para cada una de las veces que hemos hablado. Yo le digo que no haya más esquemas y que escriba. Pero en su cabeza se van añadiendo ideas que con el paso de loa años será imposible ordenar de una forma coherente. En una de las primera versiones de esa novela un tipo despertaba de uno de esos sueños en los que todo es tan real, tan tangible, que su personaje se quedaba bloqueado, como parado en mitad de la realidad. Ha soñado con una mujer que desapareció de su vida todavía no sabe, o no me contó, por qué causas o por que errores: llámense también decisiones, opciones, ... Luego intentaba recrear ese sueño o un episodio siguiente a ese sueño inicial, y por algún azar el fenómeno se repetía con una intensidad similar, y una escena posterior en los que él era capaz de controlar la realidad del sueño y hablar con ella sobre estos raros encuentros. Luego no sé como seguía el asunto. Supongo que el tipo seguía peleando por recrear esa realidad del sueño en lugar de tomar las riendas de su vida. Pero un tiempo después, tras varios meses de intentos sin fruto de recrear la atmósfera previa a su sueño, de leer libros sobre la inducción de los sueños... será mejor que no siga si no quiero perder a un amigo. Aunque estoy casi seguro de que esa novela ha seguido creciendo y ya en poco se parece a cualquier cosa que pueda yo contar siempre he intentado en esta bitácora no ser un spoiler, o como decimos en castellano simple un revientapelículas, libros en este caso.
Volviendo al tema de la película,

miércoles, 18 de agosto de 2010

Julio Cortázar: 62/Modelo para armar (1968)






En un tiempo Morelli había pensado un libro que se quedó en notas sueltas. La que mejor lo resumía es ésta: «Psicología, palabra con aire de vieja. Un sueco trabaja en una teoría química del pensamiento.  Química, electromagnetismo, flujos secretos de la materia viva, todo vuelve a evocar extrañamente la noción del mana; así, al margen de las conductas sociales, podría sospecharse una interacción de otra naturaleza, un billar que algunos individuos suscitan o padecen, un drama sin Edipos, sin Rastignacs, sin Fedras, drama impersonal en la medida en que la conciencia y las pasiones de los personajes no se ven comprometidas más que a posteriori. Como si los niveles subliminales fueran los que atan y desatan el ovillo del grupo comprometido en el drama. O para darle el gusto al sueco: como si ciertos individuos incidieran sin proponérselo en la química profunda de los demás y viceversa, de modo que se operaran las más curiosas e inquietantes reacciones en cadena, fisiones y transmutaciones.
»Así las cosas, basta una amable extrapolación para postular un grupo humano que cree reaccionar psicológicamente en el sentido clásico de esa vieja, vieja palabra, pero que no representa más que una instancia de ese flujo de la materia inanimada, de las infinitas interacciones de lo que antaño llamábamos deseos, simpatías, voluntades, convicciones, y que aparecen aquí como algo irreductible a toda razón y a toda descripción: fuerzas habitantes, extranjeras, que avanzan en procura de su derecho de ciudad; una búsqueda superior a nosotros mismos como individuos y que nos usa para sus fines, una oscura necesidad de evadir el estado de homo sapiens hacía... ¿qué homo? Porque sapiens es otra vieja, vieja palabra, de esas que hay que lavar a fondo antes de pretender usarla con algún sentido.
»Si escribiera ese libro, las conductas standard (incluso las más insólitas, su categoría de lujo) serían inexplicables con el instrumental psicológico al uso. Los actores parecerían insanos o totalmente idiotas. No que se mostrarán totalmente incapaces de los challenge and response corrientes: amor, celos, piedad y así sucesivamente, sino que en ellos algo que el homo sapiens guarda en lo subliminal se abriría penosamente un camino como si un tercer ojo  parpadeara penosamente debajo del hueso frontal. Todo sería como una inquietud, un desasosiego, un desarraigo continuo, un territorio donde la causalidad psicológica cedería desconcertada, y esos fantoches se destrozarían o se amarían o se reconocerían sin sospechar demasiado que la vida trata de cambiar la clave en y a través y por ellos, que una tentativa apenas concebible nace en el hombre como en otro tiempo fueron naciendo la clave-razón, la clave-sentimiento, la clave-pragmatismo. Que a cada sucesiva derrota hay un acercamiento a la mutación final, y que el hombre no es sino que busca ser, proyecta ser, manoteando entre palabras y conducta y alegría salpicada de sangre y otras retóricas como esta.»
Julio Cortázar, Rayuela

viernes, 23 de julio de 2010

Cormac McCarthy: Meridiano de sangre (1985)

Blood Meridian, Or the Evening Redness in the West, así se titula esta novela a la que llego también desde Entre paréntesis de Bolaño. No recuerdo qué decía él acerca de este Meridiano, pero me gusta que la gente sea apasionada a la hora de hablar de una novela al punto de impedirte comprender por qué no la has leído todavía. Eso, claro, comporta sus riesgos. 
Pero pese a la densidad de su violencia no defrauda, más bien te hace inmune, te mete en la piel de los personajes. Al punto de hacerte sentir que la violencia del asesinato es natural, algo lógico que responde a la situación. En esto me ha parecido precursora de la filmografía de Quentin Tarantino, pero esto es solo mi impresión.
Esa impresión de violencia por violencia se remarca en unos personajes no descritos: ni física ni moralmente. Solo actúan, hacen, siguen hacia adelante huyendo o persiguiendo entran en los pueblos, pero no se nos dice por qué el chico hace lo que hace. Si piensan no nos lo cuentan y se hace difícil pensar que lo hacen. 
Hay detalles, hay paisaje, hay confusión y hay relectura. Cuando termina el libro y vuelves desde principio, saltas algunas páginas de sangre y encuentras:
Y allí estaba él sentado en una roca en mitad del mayor desierto que hayas visto nunca. Subido a aquella roca como quien espera la diligencia. 
Un juez único que habla y le dice al protagonista:
Te diré una cosa. A medida que la guerra se vuelva ignominiosa y su nobleza sea puesta en tela de juicio los hombres honorables que reconocen la santidad de la sangre empezarán a ser excluidos de la danza, que es el derecho del guerrero, y en consecuencia la danza se convertirá en algo falso y los danzantes en falsos danzantes. Y sin embargo siempre habrá allí un verdadero bailarín y a ver si adivinas quién puede ser.
Me gusta y mucho, como en Faulkner —aunque Asís Guillén diga que eso no es manera de puntuar ni es nada— la forma de puntuar los diálogos. Y ese comienzo tan quijotesco de los capítulos, al modo "de como Don Quijote...", —"Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo", "Donde se cuentan las razones que pasó Sancho Panza con su señor Don Quijote con otras aventuras dignas de ser contadas", etc.—. McCarthy lo hace con breves apuntes a modo de guión del capítulo, pero tengo que reconocer mi presilección por uno de ellos, el penúltimo —que nada desvela— y que merece un cuento para sí mismo: "El meadero y lo que allí había..."
Quedo pensando en el Epílogo, pero también en los viajes... este viaje al horror, a la indiferencia del paisaje frente a los otros viajes, interiores o reales.
Viajar. Pensar en lo que he leído. Crisitina se ha empezado en que la acompañe en su viaje. Me dice:
—Adrián, tienes que dejar de pensar en los libros. Yo no quiero explicarle nada.

miércoles, 21 de julio de 2010

John Fante: Espera la primavera, Bandini (1938)

Un antes. Tal vez buscaba más del personaje que me había gustado. No Bandini, si no esa chica que vivía sin control, sin poder controlar su yo como una espuma hervida que asoma por el borde de uno mismo. No sé, es la imagen que me ha venido.

lunes, 19 de julio de 2010

John Fante: Pregúntale al polvo (1939)

Sobre todo pido disculpas por lo que voy a decir. Hablar bien de una novela, de cualquier obra de arte, es restarle puntos, predisponer al lector, crear expectativas que deben de superar su umbral de sorpresa. Pero es que me ha gustado mucho. He sentido la misma sensación de placer que cuando hace cuatro años ahora leí Falconer, de John Cheever. Recuerdo que  fue justo hace cuatro años porque hace cuatros años yo estaba en otra ciudad y estaba solo o acompañado por ese tipo, Cheever. Acompañarse de un personaje es una cosa extraña, más cuando estás en ciudades extrañas y solo hablas con los camareros. Se crea un vínculo más fuerte. 
Ahora mi compañero ha sido Arturo Bandini, un inconsciente lleno de arrojo y de ganas de vivir que está entre Ignatius J. Reilly de La conjura de los necios (1962) y esos luchadores de la literatura como el Fred de desayuno y otros tantos que ahora no me vienen a la cabeza.

sábado, 17 de julio de 2010

Robert Musil: Tres mujeres (1924)

La liberta más caótica del mundo. Una liberta de cartón marrón en la que en continuo temporal aparecen libros que leer, cosas que comprar en el supermercado, facturas que atender, amigos a los que llamar, cosas que recogemos y llevamos de un lado para otro, y los libros que nos tienen que devolver. Esta libreta se podría convertir en mi testimonio vital, el testimonio del desconcierto, la creación anterior a la creación, la desordenación del cosmos, la nada que escribo indistintamente con la mano izquierda o con la derecha, no porque sea más inteligente, como dicen que son los ambidextros, sino porque Susana Barragués me dijo algo relativo a ejercitar el hemisferio derecho del cerebro al escribir con la izquierda y yo, que no quiero que mi cerebro se duerma, hago todo lo que se me ocurre, cosas tan enrevesadas como comer pescado. 
Luego tacho algunas cosas de la lista de la compra, algunos libros devueltos, algunos libros leídos como este de Robert Musil. Al encontrarlo en Bolaño, en Vila-Matas, he recordado que yo ya tenía ese libro, en una traducción al francés que nunca podré leer. Uno de los pocos libros que me quedé o que tu me dejaste, nadie entiende o nadie recuerda, ya lo he dicho, nos inventamos.
Pero cuando lo terminé, un libro que me ha costado lo suyo tal vez porque esperaba otra cosa o porque intuyo que hay algo en la traducción que no ha llegado hasta mi. En mi traducción española de Drei Frauen, en la urdimbre de la prosa había algo que no está, pero no sé, es como en esas historias en las que el personaje cree que lo están siguiendo y solo puede ser verdad u obsesión. Pero más allá de esa bruma de los idiomas estaba el mejor de los textos, el más cercano y en eso el más universal: "Tonka".
Y sí, probablemente sea obsesión, pero quién se atreve a decirme que es mentira. En tu libro, una edición barata pero en pasta dura, ese mal papel de pésimo gramaje en el que imprimen por media Europa, subrayado a lápiz en una línea irregular:
Desde entonces iba acordándose de muchas cosas que hicieron que fuera algo mejor que los demás, ya que en una vida brillante se había posado una pequeña y cálida sombra.

jueves, 15 de julio de 2010

Enrique Vila-Matas: Doctor Pasavento (2005)

No me ha gustado. De una forma distinta a como no me han gustado las novelas que no me gustan, pero no me ha gustado.
No me ha gustado el personaje. Tal vez porque no se sostiene, porque está construido de restos de cosas, porque no es sólido, que es lo mismo. Y esto se nota en a lo largo del libro. Me apostaría a que Vila-Matas no secunda mi teoría de que todo buen final debe seguir el canónico de la novena, y que tiene una teoría para ello . Pero esto pertenecerá a la posmodernidad y la literatura, y el arte, está ya en otra cosa.
No me ha gustado la temática que dibuja ese personaje débil, pero en este caso creo que se trata de un disgusto personal. Me agobian los personajes confusos que solo transmiten confusión, que agobian al lector. Sentía el paraelismo —que está en más sitios— con el personaje de Juan José Millás en Tonto, muerto bastardo e invisible que compré por su título hace varios millones de años en una edición de Círculo de Lectores. Hace esos millones de años ese personaje que dejaba su vida y que se movía errático por una novelita que se hizo larguísima vagaba sin saber qué hacer con su autor, o viceversa. Esa es la sensación, o eso transmite la primera persona por la que Vila-Matas aboga sin mucho peso crítico, la de que es el autor y no el personaje el que está perdido, y no cuela. Esa es la incomodidad por la que el imposible lector de novelas que yo era avanzaba con tedio.
Me han gustado las pequeñas o grandes historias que van pasando junto al personaje, y aunque creo éstas se van hilvanado torpemente, ese fondo de vidas abandonadas en que redunda sobre su novela Bartlevy y compañía, es el nicho fundamental sobre el que podría haber construido una historia mejor. Con todo, ahí queda el peso de esas otras historias, sobre todo la de Robert Walser, y la de Thomas Pynchon, que en mi memoria se entrelazan con dos personajes de 2666: Edwin Johns y, claro, Benno von Archimboldi.
Me gustaría que mi memoria fuese una máquina exacta, poder trazar una línea con un cordón naranja entre cada relación, cada sobra de personaje paralelo a otro que mi lectura a intuido, pero no recuerdo tantas cosas. Hablo de tu cuerpo y hablo de palabras tuyas que se levantan sin aviso como una bandada de pájaros al acercarse la amenaza. Pero la amenaza es la memoria caprichosa.
Las relaciones se levantan en mitad de una página.  Personajes paralelos y sensaciones gemelas: está en este libro, pero estaba también el principio de esta novela fragmentada de Bukwoski. La impresión de que los autores empiezan a escribir mientras se forma en ellos la idea, el argumento. Luego siguen adelante y olvidan: tal vez muchos debieran volver atrás y reescribir el primer capítulo, aprendido ya adónde quieren llegar. Recuerdo algunas películas españolas, que siguiendo el mismo método debieran haber grabado nuevamente las primeras escenas, víctimas de un método que obliga a grabar en orden el guión, pero eso es otro tema, o una manera de explicarme problemas narrativos nada originales.
Deberían apuntar con letras grandes en los cursos para escritores que: “La lectura de un libro debería de ser un acto de fe, pero no lo es”.
Con todo lo dicho hay algo muy bueno en este Vila-matas: te hace pensar. Pienso, mientras pienso en esta novela, en lo que vendrá después de la posmodernidad. Esa ultimidad en que el escribiente llene sus líneas creyéndose, como debe de ser, el primer autor futuro. ¿Sabe Joyce que está escribiendo su punto y aparte? Todo es mezcla y azar y genoma.

lunes, 12 de julio de 2010

Charles Bukowski: Mujeres (1978)

Leer es buscar pero la búsqueda es parte del hallazgo.
El lector de poesía compró en los noventa y pequeño libro que Mondadori distribuyó por los quioscos. Lo leí por la calle, de camino a algún sitio. Allí estaban El incendio de un sueño, luego Pensión de mala muerte, luego otros. El infierno es un lugar solitario, un libro que regalé y volví a comprar, creo que por dos veces.
Después, no sé cuándo, el poeta García Báez me regalo Peleando a la contra. Creo que me lo regaló por mi cumpleaños, pero no escribió nada en el libro, así que no hubiera podido vender más caro de lo que valió en su momento si todavía estuviera entre mis libros. Pero era un libro extraño, una selección de textos, poemas y trozos de novelas, que algún tipo había reunido a capricho, así que no peleé por él cuando se fue Irene. Irene era una pesadilla que dijo me llevo mis libros.
Pero no sé adónde quiero ir. Bukowski. Con él escribir poesía parecía fácil. Puntuar también. Pero yo no tengo nada que decir. Siempre fue así. Leía como leo ahora. entonces me buscaba a mí, la construcción de una personalidad. Ahora busco a una mujer, como dice el primer cuento de esto que quieren llamar novela porque todo se puede llamar novela.
A veces creo que ya no son los autores los que dicen: He escrito esto, es un poema. He escrito esto, es un ensayo. Es un cuento. Creo que ahora es Harper Collins quien decide qué es cada cosa, o Jorge Herralde.
Hablo de Harper Collins como de un abuelo con bigote engominado que imprimía y vendía libros en lugar de como una corporación, en la que seguro que hay un muchacho poco leído —o que leyó en su día— que después se pagó un máster de Marketing Strategy.
Todo es novela ahora, si utilizando esa palabra salen más libros de las librerías. Me gusta olisquear en las habitaciones de mis amigos, lo pienso mientras recuerdo el libro que ojeé en la habitación de Guadalupe Cañadas. El libro era de la Editorial Anagrama y solo leí la contraportada. Un vago texto en el que recuerdo que venía a decir que estos textos independientes se pueden leer como un texto único unido por la figura del autor... decía, o quería decir, se pueden leer como una novela. No quiero ser sarcástico, pero el mercado impone las necesidades y las palabra y eso es el tema: hay más lectores de novelas que no leen cuentos que lectores de cuentos y de ensayos que no lean novelas. Pero de todo hay, a Helene Hanff solo el gustaban las vidas reales, los ensayos, Leigh Hunt o Samuel Pepys:
[...] salvo sus obras de ficción. jamás he conseguido interesarme por cosas que sé que jamás les ocurrieron a personas que nunca han vivido.
Los textos de Women se ordenan o parecen ordenarse de una infancia a una madurez. Son desiguales pero hay muchos buenos y sólo dos o tres que no me gustaron. Pero claro, la literatura, como todo arte depende del punto de partida del lector, de sus expectativas. Y tal vez yo buscaba las piezas de unión que Haroldo Conti deja caer por La balada del álamo Carolina.
Pero pese a estas divagaciones el viejo Hank nunca me defrauda. Hay sobre todo dos historias en este libro que prefiero, una porque me divierte y por su solidez: Pittsburgh Phil y compañía, y otra porque sí: Un mozo de cuerda con la nariz roja.

jueves, 8 de julio de 2010

Helene Hanff: 84, Charing Cross Road (1949-1969)

Un libro lleno de pequeños tesoros, de fragmentos que releer.
El caso es que, los libros llevan a otros libros. Hasta aquí me trajo una libreta vieja en la que anoto cosas que comprar, cosas que buscar y que leer. Luego a veces no me acuerdo de qué libro me hizo anotar esa referencia. Ahora, pensando en este libro, en todos los fragmentos que subrayados, personas para las que este librito sería un buen regalo, buscaba también en la memoria quién fue el decisivo culpable.
Luego he pensado: eso te pasa por hablar mal de la gente, desagradecido. Pero cuando hablo de lo malo de algunos libros no busco dedicarme a la crítica literaria, que por otro lado debe ser una labor ingrata si no eres Ricardo Senabre. Cuando señalo en defecto de un libro es una nota mental, el recuerdo de un lugar por el que no debes pasar, lo que marca la transparente pero firme línea entre la buena y la mala literatura. Y eso no significa que Roberto Bolaño haga mala literatura, porque no es así, significa que como todos ha hecho cosas bien y cosas mal. Solo que unos lo ocultaron debidamente y él, en su afán de vivir de la literatura lo publicó todo. Esto último, por supuesto, es una teoría propia.
Y sí fue un artículo del libro Entre paréntesis el que me guió hasta Helene Hanff y su librería soñada y nunca vista. Un sitio entre Covent Garden y Soho —otros sitios soñados por mi— y que intentaré visitar la próxima vez. ¿Cuándo? Tampoco importa, la librería cerró hace miles de años y pese a que en el libro que aseguran que hay una placa recuerdo del libro en Google Street View sólo puedo percibir tras los cristales un local que es o un restaurante o una tienda de cocinas.
No importa, en Buenos Aires cierto café en el que Macedonio Fernández y Borges se reunían hay ahora una librería. El mundo tapa al mundo y debajo hay más cosas y encima hay más nada. Pienso en las calles de París por las que paseábamos, la calle ha ido creciendo por encima de los portales por los que se accedía a las casas. debería dejar de divagar y pensar en este paseo por el antiguo mundo del libro, otro rato hablaré de lo que es un libro, algo que dejará de ser físico pero que seguirá siendo, en nuestra imaginación, un objeto, un volumen concreto.

miércoles, 7 de julio de 2010

Luis Cernuda: Poemas para un cuerpo (1951-1956)

Busqué el libro después de escribir la nota. Estaba en su caja precintada, con su rótulo a mano: "Cernuda y algunos ingleses". Que asociaciones hace la caótica memoria: a veces acierta mejor que el raciocinio. En la caja estaban los Four Quartets de Eliot pero no The Waste Land, en otra caja con los gatos pragmáticos y los Selected Poemas de Faber and Faber.
La edición de Poesía completa de Siruela se abre —como en el librito que estoy leyendo al tiempo— por las mismas páginas marcadas de lectura. Se abrió, lo juro, por "Epílogo" que leí de pie junto a la caja. Luego fui hacia atrás. Encontré los poemas, las frases subrayadas: "Así el ánima rompe sola, / Con terror de ser libre", "Con realidad terrena", "luego pienso / Que sin ti, sin el raro / Pretexto que me diste", "Ni me resigno al fin a la renuncia", "No lo digas; / Súfrelo en ti",  "Lo raro es que al mismo tiempo / Conozco que tú no existes / Fuera de mi pensamiento", "Son y vienen de nosotros / Porque una vez les vimos / Como no les vio nadie antes. // Un puro conocer te dio la vida.", "un ser que llenamos con nuestro pensamiento, Vivo de nuestra vida"", "En tregua con la vida, / No saber, querer nada, / Ni esperar".
Confieso que siempreleí este grupo de poemas como un trabajo escrito a lo largo de breves meses que nunca contabilizé. Ahora me llama la atención en la notas finales de la edición que a penas fue escribiendo un poema por año. Porque el tiempo se concentra en una nada que puede dosificar a través de los años o algo así, me digo.
Viene a cada tramo, como una transparencia bajo esta lectura, Gil de Biedma: ""y memoria ninguna. No leer,/ no sufrir, no escribir, no pagar cuentas", en De vita beata, pero en Albada, en... No venía a hablar de eso.
Venía a hablar de los libros a los que siempre se vuelve y que, como en los laberintos verdaderos, al volver a la misma encrucijada y tomar el mismo camino desenvocas en un nuevo centro de la nada. Pienso a dónde me quiere llevar Cernuda. Al pasar las páginas he visto "Dostoievski y la hermosura física", pero también he releído —¿cuántas veces se lee un poema?— "Birds in the Night".  No sé qué significa nada.

martes, 6 de julio de 2010

Sandor Marai: La amante de Bolzano (1940)

Tal vez debo esperar un tiempo entre lecturas. Hay algo en la novela que madura con el tiempo, que te pide volver a algunas páginas antes de empezar con otra búsqueda. Creo que tendré que leer fragmentos de la segunda mitad de esta amante de Bolzano. Hasta ahora que lo escribo pensaba que era "el amante", pero me gusta este giro que plantea a la como verdadera protagonista, si la traducción de Vendégjáték Bolzanóban es fiel en esta edición de Salamandra.
Mi debilidad por Sandor Marai era hasta ahora biográfica, la desgracia de su vida, la compra de un revolver, su muerte solitaria en San Diego después de la de su mujer y, si no recuerdo mal, de su hijo adoptivo. Una nota final de diario, o de una carta, que encontré en internet:
Carta dirigida a su antigua amiga, Zsuzsa, el 4 de octubre de 1988.
Todo eso se mezclaba con una novela lenta y abigarrada que no avanzaba según mis expectativas: había demasiadas palabras que no sabía a dónde me querían llevar: hasta que llegué al capítulo de "El escritor". Hay un giro ahí, como si Marai hiciese suya la historia y comenzara a hablar de lo que sabe. De la creación, del miedo, de la humillación, del sacrificio, del peso de nuestra propia conciencia, el peso del personaje que construimos para nosotros mismos.
La obra se convierte en una pieza de teatro. Las intervenciones de los personajes se alargan durante páginas en las que el otro es imaginado como un personaje "en pause" que ni asiente ni casi respira. La densidad romántica en el modo de hablar de todos se sostiene con el recordatorio de la época, una historia que arranca con la huida de un Giacomo Casanova en 1756. Pero un casanova que solo sirve como molde.
El peso real y emocional, una emoción novelesca, contenida, que se mantiene dentro de las normas del juego que nos propone: los personajes son marionetas, Marai habla por ellos y ellos mueven los labios.
Casi podrían haber recitado el poema Alegría de Félix Grande:

Tendremos, como todos los humanos, una separación
Pero a partir de ese momento nuestras horas serán ya irreparables
como las de los dioses. Alégrate, mujer; alégrate
porque no quedará un solo lugar sobre la tierra
donde podamos encontrar el olvido, la paz, el apetito, el sueño


Alégrate mientras se pudre mi nombre en tu boca
y piensa que ese sabor podrido será el partero de tus hijos
y será la penumbra que confunda las caras de tus otros amantes
y será finalmente el embozo protervo que acudirá a arropar tu último frío:
¿pudiste alguna vez soñar una fidelidad mayor que esta desgracia?
En 1994 intenté traducir aquel poema para Veronique. No lo conseguí, si conseguí que lo entendiera. Le impresionó la parte final:

Y cuando llegue el odio, alégrate del odio, alégrate, mujer
porque el odio será el más espléndido escalón de esta escalera que subimos juntos.
Pero no olvido La amante de Bolzano, tiene esa misma intensidad, y ese final, como todo, al borde de la nada.

lunes, 5 de julio de 2010

Roberto Bolaño: Una novelita lumpen (2002)

Creo que esta es ya la novela de Bolaño que no había leído. ¿Por qué he leído todo Bolaño? No lo sé, en realidad tengo mucho que criticarle, sobre todo en sus novelas más cortas en las que crea fragmentos de nada qu solo me transmiten la necesidad de llenar páginas: hablo de Estrella distante, prolongación de un capítulo de La literatura nazi en América; pero hablo de Amuleto, en la que también repite alargando párrafos de Los detectives salvajes; hablo de cierto capítulo con el que casi devuelvo Monsier Pain a la biblioteca, hablo de Nocturno de Chile... Solo encontré excusa para este método en 2666, pero a veces dudo si estaba en mi o en sus páginas ese intento de materializar lo sórdido y cotidiano de nuestro tiempo a través de la repetición de la sordidez, del verbo que muestra cosas llenas de sorpresas y te explica con la misma vehemencia cosas que ya entiende un niño, o un chaval.
Hablo de las líneas que llena esplicándote no sé qué rollo con un preservativo. Dos, cuatro, o seis líneas, da igual para explicarte cosas obvias. Pero en 2666 lo veía parte del sistema, parte del horror cuando se explayaba en el horror de los asesinatos de Sonora, por ejemplo, una creación artística como el que une manchas de óleo para crear algo informe que transmita horror.
No me pasa eso con Una novelita lumpen o con La pista de hielo, pero con todo, hay un hombre detrás que intenta ver el mundo, pero al que le cuesta crear argumentos.
Sucede con Veronique, a veces pienso que su belleza estaba ahí en las fotos, en un gesto, otras pienso que, no lo digo yo, lo decía Luis Cernuda, la belleza estubo allí pero en mis ojos. Ahora en mi memoria.

domingo, 4 de julio de 2010

Michel Houellebecq: Ampliación del campo de batalla, 1994

Una novela de fácil lectura que me hubiera gustado más de no tener tan próxima la comparación de Las partículas elementales y Plataforma. Pero esa es la enseñanza: cómo ha crecido como escritor. Houellebecq ha creado aquí a su personaje sin atributos, a su modelo del fracaso, y luego lo ha hecho crecer en sus siguientes novelas con un argumento fuerte.
Tal vez sólo al final de la segunda parte intuye esa necesidad de un suceso o un pensamiento brutal, algo que arranque al lector, que lo levante. Pero falta algo más otro capítulo que nos sorprenda y cierre y construya ese cresccendo al modo de la novena. 
Un buen título o una buena traducción del título, o eso me parece: que es mejor el título en español que el Extension du domaine de la lutte. Así, veo también en internet que en inglés han titulado Atomised a Las partículas elementales... Bueno, no deja de ser una tradición cargarse una obra con un título lleno de ignorancia: en España somos pioneros con los títulos de películas. Pero ese es otro tema, lo importante es que el lector busca, no sabe a dónde se dirige, encuentra signos, hitos que marcan el camino.
Ampliación del campo de batalla habla, como Bartleby y compañía hace unos días, de Maupassant pero no sé cual de sus obras habría leído Veronique. Sólo sé que este paso no es erróneo:
Conozco la sensación; sentí lo mismo hace dos años, justo después de separarme de Veronique.
Eso dice en el capítulo ocho de la segunda parte. Hecho cuentas. El libro se publicó en 1994.

sábado, 3 de julio de 2010

Henry Miller: Nueva York, ida y vuelta (1935)

Un sabor agridulce y la sensación de que si alguna vez Miller no intentó dosificar su trabajo en estas notas que se ordenan a en un todo, pero también en una coda de Trópico de Cáncer.
Hay demencia, necesidad de ser más salvaje, de atarse menos a cualquier norma. Un  libro escrito para sí, imagino. Lleno de divagaciones de una actualidad que es 1935 y que es ahora, personajes que utilizan, mientras buscan la claridad, estructuras de pensamiento que les son ajenas:
No como Bélgica, que está una país atrasado porque valones tiene sólo cuatro y medio millones y quieren que Flandes habla francés también. Más de ciento años pasado Bélgica separada de pueblos holandos. Eso estaba muy malo para bélgicos gente. Gentes Estados Unidos está mucho mejor. Todos trabaja y va adelante. Sola cosa tonta es dinero; dinero hace gente tonta y por eso se ponen haraganes y piensa nada más que placer todo tiempo. Ningún desarrollo de cerebro para que todo mundo está educado y alcanza éxito como ustedes llaman en la vida. 
El personaje, compañero de travesía del narrador habla este inglés que en mi lectura es una traducción argentina que dice 'nafta' y 'pollera'.

Y en general, pese a no tener que ver con lo que yo había inventado o esperaba, me ha gustado. He entresacado un vago ramalazo de esa búsqueda en las breves frases que dedica a Anaïs Nin, muerta en Los Ángeles probablemente durante la redacción de estas páginas, en 1977.
La sensación extraña durante la lectura de que no me estaba gustando lo que leía y esta sensación cálida unas horas después de terminar la novela de que Miller sabía lo que se hacía y como buen escritor deja pruebas de ello:
Cuando andas por esta calle sabes que lo que los intelectuales dicen todo es mierda que el arte está muerto, que no hay público, etc. Esta pequeña calle es prueba de lo que digo. Cualquier cosa que se diga en ella es mentira. Esta calle te permite vivir. El día en que camines par ella comprenderás de qué hablo yo siempre. Ese día la pérdida que tienes a un costado, o lo que sea, cesará. Te lo garantizo.

miércoles, 30 de junio de 2010

Enrique Vila-Matas: Bartleby y compañía (2001)

Hace unos meses, cosa que probablemente sume un año o más, intenté leer El mal de Montano (Anagrama, 2002). Alguien me había hablado muy bien del autor unos días antes y decidí empezar por el azar que imponía la biblioteca. Pero la novela me resultó imposible: lenta, farragosa, como si el autor tuviera que escribir y al no saber qué o de qué, inventara un personaje que escribe perdido como él mismo. Ahora lo recuerdo, era verano o sea que hace algo más de tiempo o tal vez no, pero abandoné la novela en la página veinte, o pasada la treinta,  después de hojear que seguiría por el mismo camino del aburrimiento.
Ahora concedo. Bartleby y compañía no es una novela tan perdida aunque el personaje si es un desdibujo débil del personaje o tal vez yo estoy contaminado.
El caso es que esta novela me ha resultado más enriquecedora, más valiente que la otra, más centrada con la salvedad de ese narrador débil. El conocimiento erudito llena sin cargar, a través de la excusa de la anécdota, las páginas con esa escritura del No de la que habla y confunde las perlas del autor, que las hay —meditaciones acerca de actitudes y aptitudes literarias— con las perlas de los grandes autores.
Palabras de Cervantes, de Kafka, Perec, Rimbaud, una meditación muy divertida de Russel sobre el dos... Y deberes de lector al ver a la luz de otros a autores que debo, por mi propio bien, de leer: como a Musil.
Una novela que merece la pena. Tengo por ahí, regalado por duplicado y con dedicatoria, París no se acaba nunca al que más adelante concederé el tiempo para desempatar espero, a favor del simpático Bartleby.

Una última nota: la traducción buena de Bartleby el escribiente de Melville es la de Jorge Luis Borges, una pieza de relojería exacta y en parte suiza como los relojes.

sábado, 26 de junio de 2010

Georges Perec: Las cosas (1965)

Busqué este libro por culpa de Juan José Mediavilla que, como me quedase todo por leer, me dijo hablando de su relato María y Jérôme de nuestro Hostal Praga: Claro si no has leído Las cosas de Perec o puedes entenderlo...
Así pues meses después no lo he olvidado: Perec me transmite una forma de describir, de llenar de sustantivos de adjetivos que me recuerda algo a Onetti, pero no me hagas caso, he leído mucho y muy seguido del viejo.
La historia me ha gustado el principio tiene mucha fuerza y no es la clásica fuerza que espera el gran lector, desde el principio, como los grandes escritos, no te engaña, no te da nada masticado para que entres de cabeza.
Hay unas normas de juego y es mejor que las sepas cuanto antes.
Me maravilla esa magia con que las páginas se multiplican en descripciones sin mucha acción, porque al tiempo te muestran a los personajes que se extienden en acciones sin valor que son las que los explican.
Una novela breve pero muy bien traída, con la sensación de que la clave se la dio el pretérito imperfecto, el tiempo verbal que sobrevuela toda la historia: "Soñaban", siempre en tercera del plural, aunque esto no lo he contabilizado y habría que ver el original en francés. No puedo más que confiar en los traductores, en Jesús López Pacheco en este caso.

martes, 22 de junio de 2010

Albert Camus: La peste (1947)

La fuerza de la novela reside —tal vez es así siempre— en el principio y en el final. La fuerza con que arranca a través de la descripción de las ratas se pierde en el desarrollo de lo que luego se ha convertido en un género. Me refiero a la novela apocalíptica, al "what if" que emplea el desaparecido Saramago en el Ensayo sobre la ceguera que leí en 2000 en el D.F., la novela pasada a miniserie de Stephen King que si recuerdo se titulaba The Plague, y tantas y tantas.
Muy bien la voz del narrador, ese anonimato que se mantiene en equilibrio y no se deja caer hasta el final, casi ya sin darle importancia al efecto.
¿Lo importante en arte es saber quién fue el primero?, porque ahí entiendo que reside en gran parte la originalidad de esta novela que tal vez me ha gustado más que El extranjero, no sé si por la novela en sí o por las altas expectativas no copadas en esa novela.
Pero tanto aquí como en la de Saramago que consideré muy mal solucionada, hay pasajes tediosos y hay momentos hermosos: me gusta especialmente ese monólogo de Tarrou en que Camus describe la plaga como metáfora, ya hacia el final de cuarto capítulo:
[...] he llegado al convencimiento de que todos vivimos en la peste y he perdido la paz. Ahora la busco, intentando comprenderlos a todos y no ser enemigo mortal de nadie. Sé únicamente que hay que hacer todo lo que sea necesario para no ser un apestado y que sólo eso puede hacernos esperar la paz o una buena muerte a falta de ello. Eso es lo único que puede aliviar a los hombres y si no salvarlos, por lo menos hacerles el menor mal posible y a veces incluso un poco de bien.
He buscado —o he encontrado no sé sin con razón— esos ciertos paralelismos de los que Vargas Llosa hablaba en su estudio sobre la obra de Onetti de este con aquél pero claro, no puedo elegir leyendo originales de uno y traducciones del otro. Y además ¿hay que elegir en literatura? ¿Qué libro elegirías para llevar a una isla desierta?

miércoles, 16 de junio de 2010

Mario Vargas Llosa: El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti (2008).

Hace años había leído Cartas a un joven novelista (1997), libro del que no recuerdo nada —esto parece el poema de León Felipe— si no es cierta obsesión por un relato muy corto de un tal Augusto Monterroso, algo de un dinosaurio. Tal vez he echado en falta un hilazón más sólido. Esperaba en este libro, sí un ensayo, pero tal vez algo más, y en ocasiones algo menos.
Ejemplos de algo más: una forma de ahondar en el espíritu de Onetti y puede que en su biografía, cierta revelación sobre algo que había intuido pero a lo que no había dado forma en mi cabeza: la capacidad de Onetti para revelar las fabulaciones diarias con que sus personajes se construyen como una coraza con la que enfrentar a la realidad —.
Ejemplos de algo menos: menos biografía propia como no empezar el libro que habla de otro con meditaciones sobre la bibliografia propia. Luego ese yo denso que impera en Vargas Llosa se atenúa, por suerte —es algo que siempre me cansó— y se distrae en Onetti y en sus fórmulas pero también en repasar de principio a fin el argumento de todas sus novelas y de algunos de los cuentos.
Mario, no se rellena un libro gordo destripando al lector la obra de aquel a quien se estudia. Es más difícil, claro, pero debes de buscar fórmulas para no destriparle a la gente el final de Los adioses (ya no digo nada de tu aportación a la interpretación de la relación con la mujer más joven), fórmulas con las que crear una nueva ficción sobre el mundo de ficción sobre ficción de Onetti. Ahí es donde más me ha decepcionado el libro que por otro lado me ha enseñado y me ha hecho recapacitar sobre muchas cosas —el lenguaje propio para el escritor, las búsqueda de estrategias—. Podrías haber aprovechado para crear una sitil forma de ficción, la del hombre ficticio que se desnuda mientras habla de la obra de otro. Véase El loro de Flaubert, de Julian Barnes.
Por lo demás, ya lo he dicho, me ha entretenido, me ha enseñado cosas y ha guiado una meditación global sobre la obra de Onetti, como un "a vista de pájaro" o algo así que me ha ayudado.
En lo extraliterario me ha entristecido —pero no es culpa de Vargas Llosa, claro— leer su visión de América Latina a partir de la decadencia de Montevideo, porque en esa meditación sobre el desencanto he encontrado muchos paralelismos con la situación de España con esa economía "con pies de arcilla" y esa falta de ilusión.
Y en fin un libro al que creo no se le han aprovechado todas las posibilidades pero que tiene mucho bueno, que da mucho que pensar y con lo que disfrutar, a cualquier onettiano.

lunes, 14 de junio de 2010

Michel Houellebecq: Plataforma (2001)

Tenía curiosidad por leer la que creía era la segunda novela de Michel Houellebecq. No lo es, por lo visto la segunda es Lanzarote, pero con todo lo que más me interesaba es ver cómo se las apaña uno después de haber escrito algo complejo, pretencioso, para hacer algo que esté al nivel. Digo pretencioso en el buen sentido de la palabra: para escribir, para crear, es necesario tener pretensiones, querer llegar más allá, y la apuesta futurista del final de Las partículas elementales era complicado de emular sin resultar repetitivo.
Bueno, la novela es mejor y peor que la anterior. No consigue el ascendente final de la otra, el aporte futurista que la convierte (todo a mi modo de ver, sobra decirlo de continuo) en más duradera. Pero luego es mejor en la construcción de los personajes: los hermanos Djerzinski eran demasiado complicados, sus vidas abusaban de la sordidez y a veces costaba saber de cual de los dos te estaba hablando —y en algo se tienen que diferenciar dos mediohermanos...
Aquí Valérie es un personaje más complejo y Michel Djerzinski sólo lo logra el el repaso del personaje al que obliga la coda final y que a su vez desdibuja para siempre a su hermano Bruno.
Interesante, entretenida, eróticamente hablando mejor también que la consecución del Brave New World de Huxley en el que encuentra a la vez su mayor acierto literario. Aquí mi sorpresa es el poner el centro en el turismo sexual y el juego que hace con el lector de amor/odio, comprensión/rechazo en el que te hace pensar. Y eso es la novela.

viernes, 11 de junio de 2010

J.M. Coetzee: Desgracia (1999)

Bueno, la he terminado hace un rato así que no sé si estoy preparado para hablar de Desgracia, los juicios prematuros no suelen ser buenos. Empezaré diciendo que no sé qué es lo que esperaba de esta novela, tal vez más, llevado por la sensación que me causó un comienzo fallido de Diario de un mal año hace un par de ellos, de años digo. Esperaba una estructura más compleja de la que ya hablaré cuando lo lea. Pero Disgrace me ha parecido un texto que toca, roza a veces, pero no ahonda.
Gustan: la impresión de una Sudáfrica que convive entre el desarrollo y el mundo que se niega a él, alguna vaga meditación sobre el primitivismo occidental y su moral progresista, y un buen comienzo, una promesa que dura dos capítulos y que avanza a la deriva a partir del quinto. Ese es el problema, que no sé si la historia deriva guiada subterráneamente por Coetzee o simplemente va hacia adelante con muchos esfuerzos y sin certeza de que haya algo más allá (pienso en un Cristobal Colón sin el chivatazo de un portugués errante).
Pero el autor, me dice mi instinto va hacia adelante sin guía y tal vez eso se nota en el final. No volveré con Beethoven, ah, ya lo he hecho otra vez.

domingo, 6 de junio de 2010

Michel Houellebecq: Las partícula elementales (1998).

Sorprendente. Un a novela que me ha dejado pensativo, una de esas novelas que me gustan porque me aportan, porque me dejan repasando mentalmente. El giro inesperado, el crescendo final, en parte resumen en parte fuga, que en toda creación larga rige en secreto La novena de Beethoven, te obliga a recapitular, a reconsiderar todo lo que has leído.
Me hartó o me aburrió en algunos puntos el exceso de sexo explícito, pero ha quedado compensado y perdonado, o releído desde el ángulo, desde el desencanto vital desde el que Michel Djerzinski redacta sus Clifden Notes.
Supongo que eso es la novela, crear espejos, reflejar nuestros días o nuestro pasado, darle un sentido extraordinario a la monotonía. esta llenará muchos más, estoy seguro.

miércoles, 2 de junio de 2010

Stefan Zweig: El misterio de la creación artística. (1924-1939)

Un librito construido con varias conferencias del autor a lo largo de su vida. Me impresionaron sobre todo la de Proust, la de los últimos días de Nietzsche y la que da título al libro. Más, aquello relacionado con los misterios de la creación: la lucha de Beethoven, que es para mí el gran creador desde quien se rige ese misterio de la creación. Un libro pequeño y nada denso que se lee con placer, de esos que te gustan de una forma que hace difícil decir otra cosa que lo que dice el libro.

lunes, 3 de mayo de 2010

Roberto Bolaño: Entre paréntesis (2005)


Estas notas que escribo para recordar mis lecturas, para recordar al que fui. Siempre me ha sorprendido y siempre lo he dicho: cómo nuestro carácter resulta volátil hasta convertirnos en un ser nuevo y extraño para el de antes. Quién no se sorprende o se divierte en el recuerdo de las cosas que hizo en un tiempo, de aquella película horrible que le gustaba a aquél que es otro y yo.
Nada maravilloso, Borges tiene varios cuentos sobre ese tema, pero no hablo de literatura: hablo de esa sensación de abandono de uno mismo, de la conciencia pasada. Y por eso me gusta buscar y dejar esta huella de piedrecitas por las que volver hacia mi, ya que no sé si llevan hasta otro sitio.
Parece ser que algo así quería hacer Roberto Bolaño desde que empezó a escribir estos artículos en 2000 y hasta su muerte en 2003. Diecen que había pensado en la conveniencia de recopilar en un volumen futuro estos artículos inquietos y náufragos: "deseaba, además, conformar un libro con las crónicas que lograra reunir", eso dicen y luego aprovecha para hacer publicidad de todo lo demás.
Pero el libro es una buena parada sobre la que tendré que volver. Esta lleno de pistas: hay nombres, hay datos, hay novelas y ensayos y pintores y lugares: está Musil, Henry Miller, Philip K. Dick, Nicanor Parra... eso junto a nuevas tribulaciones sobre la desgana de los hábitos lectores dejados llevar por los medios de comunicación en lugar de por sus lecturas. Eso procuro hacer yo en estas notas que son estos libros, dejarme guiar por agente que no no pone intención real en ello, a los que no les va nada en la cosa. A mí si.
Luego también está B. Traven, que me parece el personaje que inspiró en Bolaño a Benno von Archimboldi.  Esto puede ser una tontería mía o puede ser obvio, ya digo que me guío por mi intuición lectora, pero hay en ese hombre como en este la necesidad de esconderse, de escribir para escribir y desaparecer, estáa el predicamento de muchos lectores que lo buscan y que le siguen... No digo que esto sea malo o bueno, vale saber de qué herramientas se vale un escritor para dar forma a una masa de ideas que deben tomar forma en la novela.

sábado, 1 de mayo de 2010

El lector impaciente

La bitácora del lector impaciente o lecturas y relecturas de un tipo que siempre tiene hambre, el libro imposible que imaginé el verano pasado, cuando decidí leerme los libros que tengo en casa ante el inminente traslado, y por el que me castigué a no comprar más libros hasta no leer los propios. Pensé en escribir una pequeña nota sobre cada libro, pero ese ejercicio, que se me ocurrió ya pasados meses, se me ha hecho tedioso, me ha llenado de pereza. Así, esta bitácora sin comentarios se convierte más en un plano de coordenadas lectoras que, si fuesen cartográficas, tal vez dibujasen algo sobre el globo terráqueo: mi rostro, diría Borges, pero tal vez un perro, o un filete para el perro.
Algunos de ellos me preguntan si no apunto los libros de poesía: es que son ya pocos, uno lee lo que le pide el cuerpo, no lo que quiere. Otras veces me pregunto yo si debo anotar los libros malos, o si debo consignar cuales son regulares, o los geniales. Sería difícil precisar, no todo Bolaño me gusta pero los que no me gustan también me han enseñado cosas, y luego están los que técnicamente me han resultado muy interesantes, como Los pilares de la Tierra (no hablo de cómo hacer una catedral en veinte pasos sino de técnicas narrativas). Netamente malo solo ha habido uno, adivinen ustedes. Si no hay más tal vez el truco es que me nutro de clásicos o de libros ya muy recomendados. Alguna vez me pregunto si, según vaya sacando los libros de las cajas en la casa nueva debo y pasando a esta bitácora las fechas en que leí por primera vez, o los libros que ya leí y no tengo en mente leer pero en los que anoté fecha de lectura junto al ex libris: esta idea también me llena de pereza y no sé si aportaría algo añadir en que fechas más separadas que ahora leí a Celine o lo decía Bukowsky en su poema de las galletas (o tal vez hablaba de John Dos Passos), cuando leí Años de penitencia (1975), Los años sin excusa (1978) y Cuando las horas veloces (1988) seguiditos y sacados de la Casa de las Conchas.
Ahora, releyendo fragmentos de Tópico de Cáncer, me llama la atención este fragmento que espero no ser yo y que sería un buen prólogo a modo de aviso para navegantes:
Me sonrío porque, siempre que tocamos el tema de ese libro que va a escribir algún día, las cosas adquieren un aspecto incongruente. Basta con que diga «mi libro» para que inmediatamente el mundo quede reducido a las dimensiones particulares de Van Norden y Cía. El libro ha de ser absolutamente original, absolutamente perfecto. Por eso es por lo que, entre otras cosas, le resulta imposible empezarlo. En cuanto se le ocurre una idea, empieza a impugnarla. Se acuerda de que Dostoyevsky la usó, o Hamsun, o algún otro autor. «No estoy diciendo que quiera ser mejor que ellos, pero quiero ser diferente», explica. Y, por eso, en lugar de ponerse a escribir su libro, lee un autor tras otro para asegurarse absolutamente de que no va a hollar su propiedad privada. Y cuanto más lee, más desdeñoso se vuelve. Ninguno de ellos es satisfactorio; ninguno de ellos llega al grado de perfección que se ha impuesto a sí mismo. Y olvidando que no ha escrito ni siquiera un capítulo [...]
Henry Miller: Trópico de Cáncer
O tal vez sí, tal vez todos los libros son imposibles y por eso, más que escribir los libros debemos dejar que crezcan como esa flor morada que ha salido entre las baldosas y que negándome a comprender por qué debo considerar una mala hierba, como esa comunidad de hormigas a la que procuro no molestar y que crece junto al balcón. Como a ellas dejaré que crezca en todas direcciones, bajo la tierra y hacia el sol.
O quizás es que necesito dejar alguna leve nota que guarde la impresión de cada lectura, las nuevas y los cambios del lector por el que un libro pasa y envejece con él.
Así pues buscaré en la memoria y las notas. ¿Qué diario sentimental es una lista de libros? Iremos viendo.