martes, 27 de diciembre de 2011

Michel Houellebecq: El mapa y el territorio (2010)

Una reconciliación. Y la breve envidia que imagino en quien escribe una novela como esta: tienen que ser divertido, pero no divertido como el ocio del turista o la charla con amigos, más como el ocio secreto de la montaña rusa, ese estar quieto y ver adentro todo lo que va pasando. 
Últimamente no anoto tras mis lecturas, y eso hace que se borre la impresión primera, las ideas centrales que pienso en anotar y se diluyen. Después de Bouvard y Pécuchet y de las cartas de Maupassant a Flaubert, tardé unos días en decidir por dónde seguir, hay lecturas intensas que requieren de tiempo, de asimilación silenciosa. 

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Gustave Flaubert: Salambó (1862)

El caos de los géneros. O es tal vez esa nostalgia del orden que me hace pensar que cómo hubiera percibido a Flaubert si lo hubiera abordado en orden de escritura: un mapa diferente en el que la impresión de una ciudad está encadenada a la impresión de la anterior ciudad y luego la otra. Empecé por La educación sentimental (1869), creo que fue así, y luego pasé a Madame Bovary (1857) y paré en el cuento de  La leyenda de San Julian el hospitalario (1877). Ahora he vuelto a desordenarlo todo, cosa que seguro no hará que el mundo termine pero que a mí me desorienta: he vuelto a Flaubert por su Bouvard y Pécuchet (1880) y luego he saltado a Salambó (1862). Qué aprende una persona en dieciocho años. 
Así Salambó me ha gustado y me ha defraudado por llegar después de la novela última del autor. Por abreviar me parece que en este tiempo ha aprendido que el realismo no significa nada, que a la realidad se aproxima uno tórpetente, pero a veces de una forma más eficaz obviando ciertos hechos y resaltando otros, a veces más a través del humor —la forma menos seria de metáfora pero generalmente la más efectiva—, y que a veces se viaja mejor sin moverse de casa.
En fin, el libro me ha gustado y me ha resultado tedioso, aunque puede que sea porque yo vivo en la era de la televisión y las lentas descripciones de lo ya visto en caducas primeras películas a color con sus ostentosos decorados. Imagino imposiblemente cómo percibe el libro un lector de 1862 y como es lógico ese detalle adquiere otro valor. Pero claro.
Más, me ha tocado de manera directa, en pocos párrafos en que Salambó vuelve a encarnar a Élisa Schlésinger. Claro que Bovary y Salambó son pertenecen al Romanticismo tardío...
Y, sin embargo, media entre nosotros una distancia tan grande como las olas invisibles de un océano sin límites. ¡Cuán lejana e inaccesible es para mí! El esplendor de su belleza la rodea de un halo de luz; y a veces creo que no la he visto jamás…, que no existe…, que todo esto es un sueño.
Y tal vez el tiempo y la lectura me está haciendo más ignorante y miro al autor como a la obra desde este lado de la ficción. Me digo: «Isidro, eso es amarillismo», pero no puedo dejar de pensar que Flaubert como a Unamuno le gustaba pensar, es un personaje de ficción como lo fue Cervantes, y que su novela principal, igual que su correspondencia, es su vida.
Tira de mí con más fuerza la imagen poderosa del muchacho de quince años que ve por primera vez a Élisa Schlésinger en la cubierta de un barco y pasa la vida intentando recrearla, hacerla suya de la más viva y la más triste de las manera. No hablaba aquí de Kuchuck-Hanem. Eso es, eso convierte a una persona en literatura, la obsesión que recorre toda una obra es la que hace que lo sea.