viernes, 22 de abril de 2011

W.G. Sebald: Austerlitz (2001)

No sé que sucede a veces con algunos autores. Me desorienta la crítica que no refleja lo que yo he encontrado en los libros. Así internet, ese bombo aleatorio de loterías, relaciona a Sebal con Coetzee y con Bolaño. Me gusta Bolaño con ese sentimiento de insatisfacción que se pronuncia más en J.M. y más aún en W.G.
Austerlitz me desconcierta de mala manera, de esa manera mala que te hace sospechar que a veces los lectores, netamente cultos u ociosos, magnifican a ciertos autores en pos de una épica, de la creación de una épica a partir de la muerte trágica, de la obra truncada. Pienso en Lorca aunque esto me exponga a un apedreo público, pero al menos pienso.
Hace años, una noche fría en la que no pudimos encontrar al resto de los amigos le planteé este dilema a José Luis Puerto, un dilema que para mí no lo era, pero que planeaba sobre el tabú que es, todavía hoy, decir lo que opinas de ciertas vacas sagradas de la literatura. Hay un Lorca que me gusta, pero no los otros, y Puerto, una vez que dimos por perdidos al resto y nos metimos en un bar a tomar algo, me tranquilizó. Él también había pensado eso durante algún tiempo, no recuerdo si mucho o poco, pero me vino a decir que en toda literatura deben de coincidir los tiempos de autor y lector: en el último año había vuelto a leer a Lorca y se habían revelado para él elementos que hacían de Federico García un autor imprescindible. Me habló de ideas concretas que no recuerdo pero que no me hicieron volver a su poesía.
La conversación había empezado con Luis Cernuda. Cernuda es único y su peso está por encima de las corrientes políticas y de las vindicaciones de moda. Y ese es mi punto inicial: hay obras contundentes y que no generan dudas y hay otras que los lectores se esfuerzan en defender. Yo defiendo mi vuelta a Vila-Matas aunque haya una falta en cada libro, una falta que tal vez invento yo, pero no invento un mecanismo que recrée una secreta armazón sobre lo que es falta humana. O tal vez eso es la novela contemporánea: no el mecanismo de relojería del Ulysses, sino el impulso natural de narrar por encima de toda perfección y contra el tiempo.
Así de complejos, nosotros con nuestras opiniones desordenadas. Defender lo que digo que no debe defenderse. Poner en valor lo que digo que debe tener peso propio. Escribir es ponderar y leer es ponderar. Lo es para mí, pienso. Leer es un instinto y es intelectualizar ese pensamiento.
Y a pesar de toda divagación hay algo real, tangible pienso, en la buena literatura, algo vertebral que va tomando forma en Austerlitz a partir de la mitad del libro, un poco antes de ese meridiano, que he leído en este puente lleno de lluvia, estos días en que todo el mundo ha corrido hacia algún sitio para huir no sabían de qué, de todo menos de la lluvia.
Austerlitz toma cuerpo en la historia de su protagonista cuando se hace sombra, cuando Sebald forma un paraguas con sus manos para que podamos ver en  mitad del brillo de los días la historia particular de tantos, el repaso por la tragedia del siglo XX. Que lo haga desde el hombre que cuenta a otro hombre cosas que ha visto y que le han contado y que ha leído, y que a su vez este último, parcial, perezoso para la imaginación, nos cuente a nosotros ese encuentro de errores, esa búsqueda de la nada que es la desaparición, hace que el relato deslavazado —perdón— de Los anillos de Saturno tomo cuerpo, se forme y crezca como una música: sin mucho sentido y sabiendo que la partitura puede girar en cualquier punto hacia lo desconocido pero marcando su camino con cada nota hasta hacerlas imprescindibles y lógicas.
Supongo que Sebald se ha ganado una posteridad con esta obra, una posteridad que carece de sentido para el que ha muerto. Que la ha ganado porque esta obra, a partir de los apuntes de Los anillos marca una línea entre el compromiso y el asueto: me explico. La vida no es tan importante ni tan grave, y esos personajes que pierden su vida en estudiar la historia del comercio de la seda la pierden igual que los que buscan la tragedia y el dato de la Historia, al fin y al cabo ese es el hombre, camino de nada hacia la nada, y esa sensación llena de vértigo da calor, reconforta, en la lectura de Austerlitz

1 comentario:

  1. No te canses de leer y releer a Sebald. Es el maestro que te lleva por los caminos de la melancolía al encuentro con esos fragmentos con los que se crea todo lo que más tarde será devorado. Nosotros somos sustancia temporalmente agrupada en conglomerado multicelular que respira y -a ratos- hasta piensa y siente. De uno de esos conglomerados multicelulares surgieron párrafos de extraordinaria profundidad y belleza. Aquel accidente de tráfico fatal no terminó con ellos. Las palabras que Sebald vertió a la atmósfera que respiramos alimentan el espíritu de muchos.

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