sábado, 1 de enero de 2011

Don DeLillo: Jugadores (1977)

Pam y Lyle recuerdan en las primeras líneas a la pareja de Perec en Las cosas, tal vez compulsivos en otras cosas, pero pareja de una clase media que tiene, como Jérôme y Sylvie, la necesidad de una vida fuera de la línea recta que ordenan sus necesidades. Habrñá siempre algo, una emoción, que los marque, que imprima una señal en su ser que los diferencie de los otros, peones sobre el tablero.    
DeLillo construye sus personajes con retazos, y luego, casi un susto, nos describe físicamente al personaje principal:
Tenía el cabello pajizo y era alto. Era el socio más joven de la empresa. Aunque nunca había usado gafas, siempre aparecía alguien que se empeñaba en preguntarle qué había sido de sus gafas. Algo había en su serenidad, quizás en su prácticamente innegable amaneramiento, que daba a entender lo apropiado de que llevara gafas. 
Me gustan sus procedimeintos narrativos, como decía Ángel González. Me gusta la descripción del apartamento, el entendimiento intuido, los detalles aleatorios entre los dos: la compra de la fruta, el destello de la televisión en la oscuridad... magistral la forma de transmitir la intimidad erótica. Las escenas de sexo en DeLillo son fabulosas, porque son gráficas sin ser explícitas, son eróticas con los mismos instrumentos con los que otros escriben pornografía. No sé.
Tal vez no he entendido o no he esperado la segunda parte. Es verdad que está apuntada desde el principio, con el asesinato de las primeras páginas,pero puede que me aburran los tramos de intriga casi policíaca, esta horda del género negro que ahora lo convierte todo en trama e investigaciones. Siempre estuvo ahí, y tal vez es ese descontrol de los personajes, ese suelo que desaparece de los pies ante el crimen, lo que gusta al escritor, lo que fuerza la capacidad de estos personajes de Jugadores.
Me ha cansado el final, por la trama, por los personajes que se descabalan, por la pérdida que mucho de lo bello que constrube la primera mitad y que se desdibuja en la segunda.
«El silencio nunca es completo, ¿verdad? La electricidad estática de la habitación. Los matices y murmullos inherentes», qué forma de describir lo de siempre pero sin serlo.
«Esa acumulación de sangre caliente», o «La mujer tenía una de esas sonrisas que deja ver las encías». Ahí está lo literario, lejos de la trama conspiradora que no quiere llegar a ningún sitio, las palabras siguen precisas. Qué último capítulo, pienso en el diez, luego la coda. está la velocidad, está la lentitud, meciéndose en el mundo contemporáneo, si eso significa algo. 

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