miércoles, 28 de septiembre de 2011

Vladímir Nabókov: Cuentos Completos (1921-1959)

Lenta, difícil lectura la de estos cuentos que no me han gustado. No me ha gustado casi nada, porque en unos cuentos completos hay etapas y es verdad que ningún hombre es el mismo y más cuando pasa por tantos hombres a lo largo de la vida. Así al final me he reconciliado con el autor en los últimos relatos, creo que de la etapa americana, algunos riesgos nuevos, un trabajo menos costumbrista que todos sus primeros relatos.
Mi edición contenía sesenta y ocho cuentos y tengo que reconocer que seguí adelante por la buena impresión del Habla, Memoria, si no...
pero sí hay algo que decir de algunos de esos mejores: El círculo (1936) de su etapa final en Berlín, con la técnica que advierte usó él ya antes del Finnegans Wake. Y otros...
En fin, que divertido enfadarse con autores que ya no están, y luego arreglarte y luego, ya al final en esa etapa de reconciliación encontrar en un ACBD Cultural viejo una cita de Houellebecq que dice que Nabókov es un mal escritor... No sé si tanto, pero ha divagado y ha sido persistente y estaba perdido como todos en el tiempo pero en un siglo más raro y no puedo juzgar porque no he leído más que los dos libros, pero: lo cierto es que he intuido un divagar en lo literario que parecía más relacionado con buscar el pan que con buscar la literatura verdadera. Quién sabe si esto existe, quién si esta es la novela que construyo yo sobre su periplo de un extremo San Petersburgo, a través de toda Europa y hasta Norteamérica.

martes, 13 de septiembre de 2011

Truman Capote: Música para camaleones (1980)

Vuelta a un viejo libro leído hace demasiado tiempo. Ningún libro es el libro que leímos pero esta idea torpemente simple te hace ver al que fuimos del otro lado del tiempo. Hace más de quince años había leído Música para camaleones pero había olvidado todo lo que aprendí en su lectura y todo lo que podía haber aprendido si hubiera sido el momento.
Me volvió a gustar su técnica, aunque ahora me parece más avanzada todavía que en la primera lectura. El uso casi teatral, cinematográfico. No recordaba de ninguna manera ese último texto del autor contra sí mismo, ni siquiera el del compañero de Charles Manson en «Y luego ocurrió todo», Beausoleil y esa idea que tanto atrajo a Capote, la historia de por qué hacen lo que hacen asesinos, los ladrones, los. Las personas componen su realidad a partir de lo que su cerebro es capaz de hacerles comprender, y creo que eso es lo que intenta hacernos ver Capote mostrando la realidad por el ojo de estos personajes:
RB: ¿Intenta decir que soy un psicópata? No estoy chalado. Si tengo que emplear la violencia, la empleo, pero no creo en el asesinato.
Recordaba «Mojave», pero no recordaba por qué, he descubierto que recordaba mal «Un día de trabajo».   

jueves, 1 de septiembre de 2011

Washington Irving: Cuentos de la Alhambra (1832)

Un mes sin leer es una cura extraña de no sé qué. Y volver con este libro me ha hecho pensar y atar algunos cabos que puede que no fuera necesario atar. La primera impresión de estos Cuentos de la Alhambra han sido las rápidas relaciones entre este y otros autores posteriores, a sabe: los relatos de la Historia universal de la infamia de Borges y el nuevo interés por los libros de viajes entre la novela y la guía de viajero culto o semiculto (pienso en Bill Bryson y en Sebald y en otos). Ahí se mueve Washington Irving en un libro que me ha sorprendido por la innovación que supone y algo que he echado de menos: un colofón, un final que cierre el círculo, aunque esto tenga más que ver con mis propias propias obsesiones de un orden pero también con mis gustos. Es decir, que me gusta la parte en que el autor se hace presente, las cuatro primeras partes del libro, y me hacen gracia pero casi me sobran las otras siete en las que me mantuve en espera de que el autor volviera a aparecer, y no porque no me interesaran las leyendas, que me interesan pero me aburren, como porque esperaba mi crescendo, eso que siempre pido y que no tienen por qué darme: un capítulo último en el que Washington Irving con su fiel escudero Mateo Jiménez, me dijeran algo más del libro que el raro americano había ido a escribir a Granada en 1829. Y en fin, como siempre son las expectativas las que hacen que las cosas en el mundo tengan o no éxito, así que otra vez más me echo la culpa de este final abrupto que lo es porque el lector se había inventado otra cosa.
Me quedo contento con otras ideas: la de cierta literatura que uno encuentra de pronto y cree que no vienen de ningún sitio, la de que toda la literatura es suma y sigue e Irving era un eslabón que uno tenía perdido y es necesario para entender esta Teoría de las especies literarias.