martes, 8 de marzo de 2011

Miguel Delibes: El hereje (1999)

Definitivamente sí, admiro la capacidad y la paciencia, el control de las palabras, el conocimiento. Delibes me sorprende con una novela de la que ya me habían hablado antes, no sé quién, o tal vez sí se. Me sorprende porque el Delibes que he conocido es un autor realista que habla del hoy, de la gente de su época, y este salto a la Valladolid de siglo XVI me ha descolocado, no sabía que esperar: maldita tendencia al estereotipo que nos encasilla ante los demás, esta necesidad de comprendernos por grupos, no como personas y momentos únicos.
Vuelvo al tema: me gustan los autores que juegan conmigo, y él lo hace desde la primera página: la cita, fuerte e inesperada, nos muestra un rumbo, otro tono, luego vemos el nombre, su autor. el resto de la página en blanco. Hay que seguir para saber qué nos quieren contar, que intención tiene Delibes. Ha roto, antes de empezar a hablar, con nuestra idea preconcebida de lo que anunciaba el título: una novela, de Delibes, un tema extraño o antiguo, la herejía.
Él sabía que ésta sería su última obra, la que cerraba su carrera, y eso, pensar en el ser ante su vida vista en ambas direcciones, ponderando con quietud su pasado, lo hecho, y su futuro, me emociona. Me maravilla, en esta nueva etapa —que no lo es porque sería entonces también un cliché, un muro que me cierra—, en este tiempo en el que sólo busco una cosa, me maravilla la aventura de los escritores que se lanzan a la nada en esa apuesta increíble y sin sentido, porque nada lo tiene y menos cerrarse en un cuarto o subir a una montaña para llenar cien páginas de ideas que pasan por el mismo sitio en el que él se para y recoge.
Así veo este libro, una gesta y una contención al mismo tiempo. El escritor, con su todo lento, iluminado por el mismo candil que ilumina a los personajes, describe con la pasión que el tiempo narrado permite y crece entre la técnica de su lengua y su expresión contenida: la sensación de que, más allá de cualquier cosa que puedas decir, tienes en tus manos un gran libro. Un libro que sabe donde está, en la realidad sin sentido del hombre, en mitad de la Historia que no va a ningún sitio. Ni en un solo momento utiliza la palabra sueño, soñar, ninguna de sus variantes.  
Que abismo y qué de puentes se me ocurrían entre una novela como ésta y Los pilares de la Tierra, tan lejos y tan cerca. Su tiempo igual y sus dos maneras de contar, como estructura la acción Delibes y cómo Follett. Creo que fue en Un idioma sin fronteras, programa de radio de libros, para el que no lo conozca,  donde dijeron que Follett hacía honor a su apellido con su nueva novela, y es cierto porque, dicho sin maldad, Follett es folletinesco: pero es fiel a sí mismo, su manera es la repetición de la estructura acción, guerra, amor una y otra vez. Delibes no, él espera, él deja que las cosas sucedan desordenadas y sin sentido del tiempo o del ritmo, es natural y es cercano juega con nosotros y con nuestra capacidad de sorpresa como el castellano que es. Lo dice desde dentro del tiempo, hablando de la vida en el siglo XVI como si no le costara trabajo.
Delibes es, no imposta, no pretende ser otra cosa, salta cuatro siglos atrás para hacernos ver que la vida desde dentro es lenta, no tiene velocidad. La velocidad está en el tiempo y la distancia, eso nos dice. Nos dice que el hombre es un punto en la nada, que todas nuestras historias son épicas y ridículas, que venimos de la nada, del sin querer, de una unión de errores, y que volvemos a ese mismo espacio ridículo. Que nos apostamos la vida sin pensar que siempre lo perdemos todo.

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