martes, 12 de abril de 2011

W.G. Sebald: Los anillos de Saturno (1995)

Supongo que ese título habla de los fragmentos de restos de otras cosas que forman a lo nuevo: un libro, la forma de Saturno, nosotros mismos. No conocía a Sebal y fue Raúl Aragoneses quien me dijo que tenía que leerlo. No me dio explicaciones. Así que busqué primero este título que me sonaba, un libro creado de fragmentos que no busca transmitir una ilusión de continuidad, una forma compacta como los anillos del planeta.
Aunque tal vez hay algo de exceso de expectativas en mi mala lectura, no he leído bien, o buscaba lo que no está mientras avanzaba. Sólo me interesó el primer capítulo, y me entusiasmó el noveno porque hablaba de ti, como casi todo. O también porque pensé que el libro comenzaba a tomar una forma hacia el final: esperaba el crescendo a partir de la historia desconocida del joven Chateaubriand, esperaba la historia que me llevara a las Memorias de ultratumba.
No sé, buscaba continuamente un hilo fuerte, un cuerpo sutil que vertebrara el todo. Al tiempo me interesaba lo que dice, esa forma de caos que imita a la realidad y que es la nueva novela. Claro que puede que eso no signifique nada: la nueva novela.
Pienso en ese hilo fuerte, que mientras tanto, entre lecturas, sigo «atado a ti por ese hilo tan fino de mi imaginación» del que habla Izamid. Las historia está detrás de las cartas de Flaubert, detrás de las memorias de Chateaubriand, detrás de las páginas amarillas. Está el ambiente de la novela, este sentimiento extranjero, esas cosas. Esos anillos se mantienen suspendidos por fuerzas invisibles: tú, que no existes, el hilo argumental del personaje, la historia de mi amigo Raúl y cómo llegó a este libro.
Se lo recomendó un librero de Madrid llamado Mariano Mingot. El tipo ha muerto hace un año de un cáncer que atravesó su vida como un relámpago y del que no le habló a nadie. Mingot había conocido a Seval porque como la hija del librero había muerto en un accidente de tráfico.
Me distraigo: él, la hija, Sebal, puede que tú, habéis desaparecido. Qué sucederá cuando hayamos desaparecido todos (me refiero a todos), con todos estos libros, los edificios, las palabras dichas durante una partida de naipes, todo.
Los fragmentos se esparcirán, no servirá de nada esta obsesión de dar nombre a las cosas, de firmar cada fragmento, de nada sirve siquiera, ahora que todo indica que de momento no hemos desaparecido, saber quién dijo cada palabra, saber qué nombre hay detrás de las palabras que Mingot escribió en la primera página de Los anillos de Saturno que le regaló a mi amigo:
Cómo hablar de la fatalidad y de la nuestra en especial, sino como de algo en común.  
Entre paréntesis indicó el posible autor con una inicial y un apellido: D. Justice. Me dice esto y mientras me habla de que no ha encontrado en internet nada que se le parezca pienso, primero, que no me parece que sea un nombre. Suena más a un seudónimo, porque lo primero que mi cabeza dicta es la locución latina De iure, por derecho propio. Pero no sé, y no encuentro, esta idea o traducciones similares en la red. Releo la frase: la fatalidad, la nuestra en especial, algo común.
Ordenamos el vacío con nuestra imaginación mentirosa y sólo puedo pensar en la fatalidad de la muerte de los seres queridos. Sin ninguna certeza invento que Mingot habla de la hija, de Sebald, pero habla también de el resto de la vida, de la afiliación al partido anarquista, de la cárcel franquista que interrumpió su carrera de medicina, de la condena en Caravanchel... La fatalidad. Pienso en otras posibles traducciones que me ayuden a encontrar la cita, luego vuelvo a llamar a Raúl, sin decírselo todavía apunta a lo que estoy pensando, un seudónimo. Los dos estamos en la idea de que se trate de un juego en el que esconderse de sí mismo.
Pero nada te esconde de ti mismo como la muerte. Mingot desaparece y pienso que la vida sí es como el final de este libro, puede que tengas muchas más cosas que contar, pero termina porque nen algún sitio que nunca elegimos hay que terminar. 

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