jueves, 15 de julio de 2010

Enrique Vila-Matas: Doctor Pasavento (2005)

No me ha gustado. De una forma distinta a como no me han gustado las novelas que no me gustan, pero no me ha gustado.
No me ha gustado el personaje. Tal vez porque no se sostiene, porque está construido de restos de cosas, porque no es sólido, que es lo mismo. Y esto se nota en a lo largo del libro. Me apostaría a que Vila-Matas no secunda mi teoría de que todo buen final debe seguir el canónico de la novena, y que tiene una teoría para ello . Pero esto pertenecerá a la posmodernidad y la literatura, y el arte, está ya en otra cosa.
No me ha gustado la temática que dibuja ese personaje débil, pero en este caso creo que se trata de un disgusto personal. Me agobian los personajes confusos que solo transmiten confusión, que agobian al lector. Sentía el paraelismo —que está en más sitios— con el personaje de Juan José Millás en Tonto, muerto bastardo e invisible que compré por su título hace varios millones de años en una edición de Círculo de Lectores. Hace esos millones de años ese personaje que dejaba su vida y que se movía errático por una novelita que se hizo larguísima vagaba sin saber qué hacer con su autor, o viceversa. Esa es la sensación, o eso transmite la primera persona por la que Vila-Matas aboga sin mucho peso crítico, la de que es el autor y no el personaje el que está perdido, y no cuela. Esa es la incomodidad por la que el imposible lector de novelas que yo era avanzaba con tedio.
Me han gustado las pequeñas o grandes historias que van pasando junto al personaje, y aunque creo éstas se van hilvanado torpemente, ese fondo de vidas abandonadas en que redunda sobre su novela Bartlevy y compañía, es el nicho fundamental sobre el que podría haber construido una historia mejor. Con todo, ahí queda el peso de esas otras historias, sobre todo la de Robert Walser, y la de Thomas Pynchon, que en mi memoria se entrelazan con dos personajes de 2666: Edwin Johns y, claro, Benno von Archimboldi.
Me gustaría que mi memoria fuese una máquina exacta, poder trazar una línea con un cordón naranja entre cada relación, cada sobra de personaje paralelo a otro que mi lectura a intuido, pero no recuerdo tantas cosas. Hablo de tu cuerpo y hablo de palabras tuyas que se levantan sin aviso como una bandada de pájaros al acercarse la amenaza. Pero la amenaza es la memoria caprichosa.
Las relaciones se levantan en mitad de una página.  Personajes paralelos y sensaciones gemelas: está en este libro, pero estaba también el principio de esta novela fragmentada de Bukwoski. La impresión de que los autores empiezan a escribir mientras se forma en ellos la idea, el argumento. Luego siguen adelante y olvidan: tal vez muchos debieran volver atrás y reescribir el primer capítulo, aprendido ya adónde quieren llegar. Recuerdo algunas películas españolas, que siguiendo el mismo método debieran haber grabado nuevamente las primeras escenas, víctimas de un método que obliga a grabar en orden el guión, pero eso es otro tema, o una manera de explicarme problemas narrativos nada originales.
Deberían apuntar con letras grandes en los cursos para escritores que: “La lectura de un libro debería de ser un acto de fe, pero no lo es”.
Con todo lo dicho hay algo muy bueno en este Vila-matas: te hace pensar. Pienso, mientras pienso en esta novela, en lo que vendrá después de la posmodernidad. Esa ultimidad en que el escribiente llene sus líneas creyéndose, como debe de ser, el primer autor futuro. ¿Sabe Joyce que está escribiendo su punto y aparte? Todo es mezcla y azar y genoma.

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