viernes, 23 de julio de 2010

Cormac McCarthy: Meridiano de sangre (1985)

Blood Meridian, Or the Evening Redness in the West, así se titula esta novela a la que llego también desde Entre paréntesis de Bolaño. No recuerdo qué decía él acerca de este Meridiano, pero me gusta que la gente sea apasionada a la hora de hablar de una novela al punto de impedirte comprender por qué no la has leído todavía. Eso, claro, comporta sus riesgos. 
Pero pese a la densidad de su violencia no defrauda, más bien te hace inmune, te mete en la piel de los personajes. Al punto de hacerte sentir que la violencia del asesinato es natural, algo lógico que responde a la situación. En esto me ha parecido precursora de la filmografía de Quentin Tarantino, pero esto es solo mi impresión.
Esa impresión de violencia por violencia se remarca en unos personajes no descritos: ni física ni moralmente. Solo actúan, hacen, siguen hacia adelante huyendo o persiguiendo entran en los pueblos, pero no se nos dice por qué el chico hace lo que hace. Si piensan no nos lo cuentan y se hace difícil pensar que lo hacen. 
Hay detalles, hay paisaje, hay confusión y hay relectura. Cuando termina el libro y vuelves desde principio, saltas algunas páginas de sangre y encuentras:
Y allí estaba él sentado en una roca en mitad del mayor desierto que hayas visto nunca. Subido a aquella roca como quien espera la diligencia. 
Un juez único que habla y le dice al protagonista:
Te diré una cosa. A medida que la guerra se vuelva ignominiosa y su nobleza sea puesta en tela de juicio los hombres honorables que reconocen la santidad de la sangre empezarán a ser excluidos de la danza, que es el derecho del guerrero, y en consecuencia la danza se convertirá en algo falso y los danzantes en falsos danzantes. Y sin embargo siempre habrá allí un verdadero bailarín y a ver si adivinas quién puede ser.
Me gusta y mucho, como en Faulkner —aunque Asís Guillén diga que eso no es manera de puntuar ni es nada— la forma de puntuar los diálogos. Y ese comienzo tan quijotesco de los capítulos, al modo "de como Don Quijote...", —"Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo", "Donde se cuentan las razones que pasó Sancho Panza con su señor Don Quijote con otras aventuras dignas de ser contadas", etc.—. McCarthy lo hace con breves apuntes a modo de guión del capítulo, pero tengo que reconocer mi presilección por uno de ellos, el penúltimo —que nada desvela— y que merece un cuento para sí mismo: "El meadero y lo que allí había..."
Quedo pensando en el Epílogo, pero también en los viajes... este viaje al horror, a la indiferencia del paisaje frente a los otros viajes, interiores o reales.
Viajar. Pensar en lo que he leído. Crisitina se ha empezado en que la acompañe en su viaje. Me dice:
—Adrián, tienes que dejar de pensar en los libros. Yo no quiero explicarle nada.

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