sábado, 22 de octubre de 2011

Dai Sijie: Balzac y la joven costurera china (2002)

Un desorden de ideas. Qué novela me lleva a la siguiente. Qué libro a otro. Aquí he llegado a través de la editorial Salamandra. Alguien en su puesto del Retiro en la Feria del Libro de Madrid se la recomendó a una amiga, o le recomendó El último encuentro de Sandor Marai. Esta estaba al lado, en una versión de bolsillo con los cantos troquelados, la colección aniversario. 
Me gustan estas novelas pequeñas, me transmiten esa sensación de que esto era y es todo lo que tenían que contar. Como Seda. Como Crónica de una muerte anunciada. Como en una honestidad que obliga al autor a vender un texto que por breve no van a querer los editores, tendrán que añadir presfacios y posfacios como le pedían ya a Unamuno para cumplir con la norma de las páginas. Pero no hay más que hablar: Los adioses.
En Buenos Aires encontré por fin las obras enteras de Onetti, pero en dos volúmenes. Novelas cortas y novelas normales. Qué orden sin sentido es este si todo orden lo es ya.
Esta novela es corta y no es pretenciosa y eso es lo que se espera de su dimensión, aunque la pretensión está en la actitud y no en el número de caracteres.
La historia me ha entretenido sin sorprenderme, con un argumento sin garra pero cálido. Me acordaba de continuo de la película El violín rojo, que parte de ese mismo periodo de la historia de China y luego va hacia atrás y salta a nuestros días.
Aquí el narrador, uno de los dos chicos, el dueño del violín de la escena primera, nos narra la historia de su reeducación y las reeducaciones del totalitarismo chino, la vida en ese pueblo perdido con su amigo.
Luego las pequeñas aventuras: el sastre y su hija, los libros escondidos del otro desterrado, el de las gafas. Ahí estaba Balzac escondido en una maleta escondida junto a los otros autores occidentales.
El final, no sé, puede que sea el que necesita. Mi reproche es hacia la forma de la narración, no hacia la materia de esas páginas, la frase de Balzac traída de cualquier manera.
Para mí, mejor un tirón, algo como una pequeña garra o un roto, algo que me haga pensar, que no me deje hueco. 

  

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