domingo, 6 de febrero de 2011

Enrique Vila-Matas: Dublinesca (2010)

Estaba terminando, esta mañana de domingo, de leer el libro cuando me llega un WhatsApp de Cheche, me envía un poema titulado La reina roja. Me gusta esa melancolía dura, eso le contesto, y eso creo que es lo que me guasta en todo buen libro.
Sin embargo no sé que es lo que me gusta en Vila-Matas. Pero leo y luego busco otro libro suyo, como me pasa con Bolaño. Lo hablaba esta semana con Miguel Ruiz y con Sonia. Todos los otros autores frente a Onetti. Vargas Llosa frente a Onetti. Esas lecturas son las que me dan pistas y me dejan más espacio como lector, para dar forma a través de la intuición a la masa informe de la novela. Construir la historia de Gould, su pensamiento.
En Dublinesca Joyce colabora de otra forma, colabora con uno de los hitos de de la trama. Aunque se trata tal vez de una trama demasiado vaga. Vila-Matas no es ni joyceano ni proustiano, por buscar dos fórmulas. No le interesa ordenar los hechos, los hechos son escusas para hablar de lo literario, y creo que por eso me gusta más cuando de historias concretas como en Bartleby y compañía, que con Doctor Pasavento.
Esperaba más, un riesgo, una incursión en la era del libro digital, una opinión formada, una apuesta. Pero ese no hubiera sido su libro sino el de otro, si lo pienso bien pasó eso en los otros libros de Vila-Matas: el personaje de Bartleby no se sabe qué hace, quién es, si es alto o si es rubio, que no creo, o algo real de su trabajo del que nos dice lo justo para no dejar ese vacío. Su historia empieza un día porque ha estado reuniendo nombres, luego termina otro día. Y se suma que a Enrique Vila-matas se la trae al pairo, el habla de sus lecturas, aunque aquí menos que en otros libros.
Eso es lo que me hace buscar en otros libros  suyos, aunque me falte la melancolía dura, los amores imposibles, aunque los personajes tengan el encanto de las marionetas y sean sólo figuras que se mueven torpemente sobre un fondo, y lo que los rellena sea su carácter y sus lecturas. Ese es el encanto frío de sus personajes, eso es su sello, cómo la lejanía de los personajes deja espacio para entrar y compartir sus conocimientos.
Esa sed de conocer. Ahí está el cebo.

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