viernes, 15 de abril de 2011

Bogdan Bogdanović: La ciudad y la muerte.

Con una traducción extraña de Aleksandar Ivančić y Eva Santan la ciudad de la muerte me interesó ante todo por el aspecto exterior del libro, una edición de Mudito&Co., una editorial barcelonesa, y por los dibujos rápidos de su interior. No sabía qué iba a encontrarme y encontré un libro libro que se anunciaba lleno de ideas y que me defraudó al no encontrarlas más adelante. 
Tal vez fuera eso: digamos que un exceso de elipsis, trozos de cosas tomados de aquí de allá, conceptos repetidos y en los que no se profundiza, charla sin buscar profundidad. Y detrás: que el libro me sigue gustando como objeto, sus guardas negras, los pegados de imagen sin buscar mucha justificación, la letra pequeñísima sin interlínea ni interletrado agolpada hasta el vértice de la última página que por el otro lado es ya guarda llena de negro parecen las ciudades y sus límites: el mar o la ciudad nueva o el acantilado.
He leído a saltos y algunos ya deprisa a la vista de la fecha de entrega en la biblioteca, que ya me iba a penalizar al menos con un mes sin poder sacar libros, leí contabilizando la demora que ya llevaba y en la cara agria y la halitosis del bibliotecario. Nietzsche decía que la dispepsia agría el carácter, y por esa cita le perdono yo al tipo la mala leche cuando veo que todos le devuelven los libros alejados del mostrador: invento que sufre en silencio una acidez estomacal insoportable, que a penas tiene cuarenta años y ese olor le ha impedido acercarse a mujer alguna y por eso habla con desprecio a todas sus compañera y por esa soledad que limita el horizonte de su ciudad a la sala de devolución de la biblioteca pública se cree el príncipe y déspota de ese reino. Es un tirano en toda regla, pero un tirano de pacotilla que como todo tirado da cierta pena en su soledad. Me torturará cuando devuelva el libro con una expresión grosera o con una fecha de desprecio que marca mi condena a no poder sacar libros, me lanzará desde el borde de su estómago esa materia en descomposición que es la úlcera.
O tal vez tenga suerte y esté la chica agradable y cansada que suele sentarse a su lado. En los límites extremos de la ciudad, su aire viciado. Pienso en Ciudad de México un día en que volvía, no recuerdo desde dónde. Empezaba a anochecer. El valle estaba iluminado por sus luces y, sobre ella, se veía claramente una gran nube negra, un tapón de humos que cubría la ciudad. Tenía sus límites nítidos, su frontera. Alguien dijo:
—Ahí dentro vivimos nosotros.
Y el coche siguió adelante, la larga carretera. 

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