martes, 6 de julio de 2010

Sandor Marai: La amante de Bolzano (1940)

Tal vez debo esperar un tiempo entre lecturas. Hay algo en la novela que madura con el tiempo, que te pide volver a algunas páginas antes de empezar con otra búsqueda. Creo que tendré que leer fragmentos de la segunda mitad de esta amante de Bolzano. Hasta ahora que lo escribo pensaba que era "el amante", pero me gusta este giro que plantea a la como verdadera protagonista, si la traducción de Vendégjáték Bolzanóban es fiel en esta edición de Salamandra.
Mi debilidad por Sandor Marai era hasta ahora biográfica, la desgracia de su vida, la compra de un revolver, su muerte solitaria en San Diego después de la de su mujer y, si no recuerdo mal, de su hijo adoptivo. Una nota final de diario, o de una carta, que encontré en internet:
Carta dirigida a su antigua amiga, Zsuzsa, el 4 de octubre de 1988.
Todo eso se mezclaba con una novela lenta y abigarrada que no avanzaba según mis expectativas: había demasiadas palabras que no sabía a dónde me querían llevar: hasta que llegué al capítulo de "El escritor". Hay un giro ahí, como si Marai hiciese suya la historia y comenzara a hablar de lo que sabe. De la creación, del miedo, de la humillación, del sacrificio, del peso de nuestra propia conciencia, el peso del personaje que construimos para nosotros mismos.
La obra se convierte en una pieza de teatro. Las intervenciones de los personajes se alargan durante páginas en las que el otro es imaginado como un personaje "en pause" que ni asiente ni casi respira. La densidad romántica en el modo de hablar de todos se sostiene con el recordatorio de la época, una historia que arranca con la huida de un Giacomo Casanova en 1756. Pero un casanova que solo sirve como molde.
El peso real y emocional, una emoción novelesca, contenida, que se mantiene dentro de las normas del juego que nos propone: los personajes son marionetas, Marai habla por ellos y ellos mueven los labios.
Casi podrían haber recitado el poema Alegría de Félix Grande:

Tendremos, como todos los humanos, una separación
Pero a partir de ese momento nuestras horas serán ya irreparables
como las de los dioses. Alégrate, mujer; alégrate
porque no quedará un solo lugar sobre la tierra
donde podamos encontrar el olvido, la paz, el apetito, el sueño


Alégrate mientras se pudre mi nombre en tu boca
y piensa que ese sabor podrido será el partero de tus hijos
y será la penumbra que confunda las caras de tus otros amantes
y será finalmente el embozo protervo que acudirá a arropar tu último frío:
¿pudiste alguna vez soñar una fidelidad mayor que esta desgracia?
En 1994 intenté traducir aquel poema para Veronique. No lo conseguí, si conseguí que lo entendiera. Le impresionó la parte final:

Y cuando llegue el odio, alégrate del odio, alégrate, mujer
porque el odio será el más espléndido escalón de esta escalera que subimos juntos.
Pero no olvido La amante de Bolzano, tiene esa misma intensidad, y ese final, como todo, al borde de la nada.

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