lunes, 3 de mayo de 2010

Roberto Bolaño: Entre paréntesis (2005)


Estas notas que escribo para recordar mis lecturas, para recordar al que fui. Siempre me ha sorprendido y siempre lo he dicho: cómo nuestro carácter resulta volátil hasta convertirnos en un ser nuevo y extraño para el de antes. Quién no se sorprende o se divierte en el recuerdo de las cosas que hizo en un tiempo, de aquella película horrible que le gustaba a aquél que es otro y yo.
Nada maravilloso, Borges tiene varios cuentos sobre ese tema, pero no hablo de literatura: hablo de esa sensación de abandono de uno mismo, de la conciencia pasada. Y por eso me gusta buscar y dejar esta huella de piedrecitas por las que volver hacia mi, ya que no sé si llevan hasta otro sitio.
Parece ser que algo así quería hacer Roberto Bolaño desde que empezó a escribir estos artículos en 2000 y hasta su muerte en 2003. Diecen que había pensado en la conveniencia de recopilar en un volumen futuro estos artículos inquietos y náufragos: "deseaba, además, conformar un libro con las crónicas que lograra reunir", eso dicen y luego aprovecha para hacer publicidad de todo lo demás.
Pero el libro es una buena parada sobre la que tendré que volver. Esta lleno de pistas: hay nombres, hay datos, hay novelas y ensayos y pintores y lugares: está Musil, Henry Miller, Philip K. Dick, Nicanor Parra... eso junto a nuevas tribulaciones sobre la desgana de los hábitos lectores dejados llevar por los medios de comunicación en lugar de por sus lecturas. Eso procuro hacer yo en estas notas que son estos libros, dejarme guiar por agente que no no pone intención real en ello, a los que no les va nada en la cosa. A mí si.
Luego también está B. Traven, que me parece el personaje que inspiró en Bolaño a Benno von Archimboldi.  Esto puede ser una tontería mía o puede ser obvio, ya digo que me guío por mi intuición lectora, pero hay en ese hombre como en este la necesidad de esconderse, de escribir para escribir y desaparecer, estáa el predicamento de muchos lectores que lo buscan y que le siguen... No digo que esto sea malo o bueno, vale saber de qué herramientas se vale un escritor para dar forma a una masa de ideas que deben tomar forma en la novela.

sábado, 1 de mayo de 2010

El lector impaciente

La bitácora del lector impaciente o lecturas y relecturas de un tipo que siempre tiene hambre, el libro imposible que imaginé el verano pasado, cuando decidí leerme los libros que tengo en casa ante el inminente traslado, y por el que me castigué a no comprar más libros hasta no leer los propios. Pensé en escribir una pequeña nota sobre cada libro, pero ese ejercicio, que se me ocurrió ya pasados meses, se me ha hecho tedioso, me ha llenado de pereza. Así, esta bitácora sin comentarios se convierte más en un plano de coordenadas lectoras que, si fuesen cartográficas, tal vez dibujasen algo sobre el globo terráqueo: mi rostro, diría Borges, pero tal vez un perro, o un filete para el perro.
Algunos de ellos me preguntan si no apunto los libros de poesía: es que son ya pocos, uno lee lo que le pide el cuerpo, no lo que quiere. Otras veces me pregunto yo si debo anotar los libros malos, o si debo consignar cuales son regulares, o los geniales. Sería difícil precisar, no todo Bolaño me gusta pero los que no me gustan también me han enseñado cosas, y luego están los que técnicamente me han resultado muy interesantes, como Los pilares de la Tierra (no hablo de cómo hacer una catedral en veinte pasos sino de técnicas narrativas). Netamente malo solo ha habido uno, adivinen ustedes. Si no hay más tal vez el truco es que me nutro de clásicos o de libros ya muy recomendados. Alguna vez me pregunto si, según vaya sacando los libros de las cajas en la casa nueva debo y pasando a esta bitácora las fechas en que leí por primera vez, o los libros que ya leí y no tengo en mente leer pero en los que anoté fecha de lectura junto al ex libris: esta idea también me llena de pereza y no sé si aportaría algo añadir en que fechas más separadas que ahora leí a Celine o lo decía Bukowsky en su poema de las galletas (o tal vez hablaba de John Dos Passos), cuando leí Años de penitencia (1975), Los años sin excusa (1978) y Cuando las horas veloces (1988) seguiditos y sacados de la Casa de las Conchas.
Ahora, releyendo fragmentos de Tópico de Cáncer, me llama la atención este fragmento que espero no ser yo y que sería un buen prólogo a modo de aviso para navegantes:
Me sonrío porque, siempre que tocamos el tema de ese libro que va a escribir algún día, las cosas adquieren un aspecto incongruente. Basta con que diga «mi libro» para que inmediatamente el mundo quede reducido a las dimensiones particulares de Van Norden y Cía. El libro ha de ser absolutamente original, absolutamente perfecto. Por eso es por lo que, entre otras cosas, le resulta imposible empezarlo. En cuanto se le ocurre una idea, empieza a impugnarla. Se acuerda de que Dostoyevsky la usó, o Hamsun, o algún otro autor. «No estoy diciendo que quiera ser mejor que ellos, pero quiero ser diferente», explica. Y, por eso, en lugar de ponerse a escribir su libro, lee un autor tras otro para asegurarse absolutamente de que no va a hollar su propiedad privada. Y cuanto más lee, más desdeñoso se vuelve. Ninguno de ellos es satisfactorio; ninguno de ellos llega al grado de perfección que se ha impuesto a sí mismo. Y olvidando que no ha escrito ni siquiera un capítulo [...]
Henry Miller: Trópico de Cáncer
O tal vez sí, tal vez todos los libros son imposibles y por eso, más que escribir los libros debemos dejar que crezcan como esa flor morada que ha salido entre las baldosas y que negándome a comprender por qué debo considerar una mala hierba, como esa comunidad de hormigas a la que procuro no molestar y que crece junto al balcón. Como a ellas dejaré que crezca en todas direcciones, bajo la tierra y hacia el sol.
O quizás es que necesito dejar alguna leve nota que guarde la impresión de cada lectura, las nuevas y los cambios del lector por el que un libro pasa y envejece con él.
Así pues buscaré en la memoria y las notas. ¿Qué diario sentimental es una lista de libros? Iremos viendo.