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viernes, 31 de diciembre de 2010

Thomas Pynchon: La subasta del lote 49 (1966)

Por esta línea recta en la que ya no sé si te busco a ti o me busco mí. Calles de París llenas de silencio sin misterio. No sé si echo de menos. No sé a quién. Las palabras dirigen a otros sitios y creo que entre ellas debes de estar, o algo que querían decirme o que quieres que yo comprenda.

Las líneas se bifurcan, son puntos de fuga, pero intento seguir cada uno de esos caminos paralelos que son al fin y al cano ñas vidas imposibles que ya hemos seguido con la imaginación.

Bartleby y compañía, especialmente, ha guiado tras su lectura un buen tiempo de esta deriva, ha poblado este mapa del laberinto con el que sigo no sé qué camino, aunque sé que pasa por la lectura de Pynchon.

Un libro que no ofrece concesiones, tal vez sea ese el logro de The Crying of Lot 49, que en excepcionales ocasiones nos muestra que también sabe hacerlo de otra manera, pero no le interesa. Como a Tapies no se le hubiera perdonado que no supiera dibujar y el público en general comprende y por tanto perdona que sus obras son una evolución.
Así, la novela corre vertiginosa y casi sin sentido en busca de cosas que no lo tienen, el sentido o el vértigo, construyendo la paranoia de la manía persecutoria a gran escala, las grandes y secretas conspiraciones que luego se han puesto tan de moda. Tengo que leer El club de la lucha, que me ha traído a la memoria La subasta... me suele dar pereza leer libros de los que ya he visto la película como me da pereza ver películas de las que el libro me ha gustado.Pero a lo que iba, que el autor no hace concesiones, y solo en algún raro momento se deja llevar con la lírica de la imagen, con historias posibles paralelas a la de la novela, en las que demuestra su capacidad para pintar figurativo:
[...] pensó en aquellos otros vagones abandonados, vagones de mercancías en cuyo suelo de tablas se sentaban los niños y se ponían a repetir, más contentos que unas pascuas, las canciones que se oían en el transistor de la madre; en aquellos otros intrusos que extendían una lona a modo de colgadizo en la parte trasera de los grandes y sonrientes anuncios que flanqueaban todas las carreteras, o que dormían en cementerios de coches, en la cáscara vacía de algún Playmouth destrozado, que incluso, con no poca osadía, pasaban la noche en lo alto de algún poste, bajo el toldo de algún celador de línea, semejantes a orugas, columpiándose entre una telaraña de cables telefónicos, viviendo en el mismísimo aparejo cúprico, en el mismísimo milagro secular de la comunicación, indiferentes al mudo voltaje que vibraba a lo largo del tendido, la noche entera, a instancias de millares de mensajes inaudibles. 
Y el caso es que sus breves pinturas figurativas me interesan, no tanto así las de Tapies, tal vez porque como manda una buena historia apuntan a otros caminos que quedan cortados. Libros que retoman otros autores.Como digo, en esta leve línea que une unos libros a los otros libros, llegué a Pynchon a través de Bartleby y compañía, (fragmentos 79 y 84 si he anotado bien) y luego de pasar por 2666 y ese Benno von Archimboldi lleno de rasgos del mitificado autor que, por cierto, tiene novedad editorial con Contraluz.Me ha gustado el inicio, luego la nubosidad de sus historias que corren entre la velocidad y el desdibujo, luego me perdí y tuve que volver hacia atrás, pero creo que eso fue porque la historia no siguió un camino que yo había inventado y porque las grandes conspiraciones me crean ansiedad y me producen cierto tedio. Quería que todo desembocara. Y desembocó. Extraño, no sé si como a otros autores a los que vuelvo, aunque tengo curiosidad por encontrar a Pynchon en otros registros. 

lunes, 3 de mayo de 2010

Roberto Bolaño: Entre paréntesis (2005)


Estas notas que escribo para recordar mis lecturas, para recordar al que fui. Siempre me ha sorprendido y siempre lo he dicho: cómo nuestro carácter resulta volátil hasta convertirnos en un ser nuevo y extraño para el de antes. Quién no se sorprende o se divierte en el recuerdo de las cosas que hizo en un tiempo, de aquella película horrible que le gustaba a aquél que es otro y yo.
Nada maravilloso, Borges tiene varios cuentos sobre ese tema, pero no hablo de literatura: hablo de esa sensación de abandono de uno mismo, de la conciencia pasada. Y por eso me gusta buscar y dejar esta huella de piedrecitas por las que volver hacia mi, ya que no sé si llevan hasta otro sitio.
Parece ser que algo así quería hacer Roberto Bolaño desde que empezó a escribir estos artículos en 2000 y hasta su muerte en 2003. Diecen que había pensado en la conveniencia de recopilar en un volumen futuro estos artículos inquietos y náufragos: "deseaba, además, conformar un libro con las crónicas que lograra reunir", eso dicen y luego aprovecha para hacer publicidad de todo lo demás.
Pero el libro es una buena parada sobre la que tendré que volver. Esta lleno de pistas: hay nombres, hay datos, hay novelas y ensayos y pintores y lugares: está Musil, Henry Miller, Philip K. Dick, Nicanor Parra... eso junto a nuevas tribulaciones sobre la desgana de los hábitos lectores dejados llevar por los medios de comunicación en lugar de por sus lecturas. Eso procuro hacer yo en estas notas que son estos libros, dejarme guiar por agente que no no pone intención real en ello, a los que no les va nada en la cosa. A mí si.
Luego también está B. Traven, que me parece el personaje que inspiró en Bolaño a Benno von Archimboldi.  Esto puede ser una tontería mía o puede ser obvio, ya digo que me guío por mi intuición lectora, pero hay en ese hombre como en este la necesidad de esconderse, de escribir para escribir y desaparecer, estáa el predicamento de muchos lectores que lo buscan y que le siguen... No digo que esto sea malo o bueno, vale saber de qué herramientas se vale un escritor para dar forma a una masa de ideas que deben tomar forma en la novela.