lunes, 11 de marzo de 2013

Douglas Adams: Guía del autoestopista galáctico (1979)

Un entretenimiento. Cierto que se hubiera tratado de una lectura ardua si hubiera buscando solo, puro, tedioso entretenimiento, pero dentro del caos que implanta este humor tan británico la trama, el montaje algo cinematográfico reserva algunas sorpresas, hace que el entramado se sostenga sobre sí mismo. 
A cada cual, dependiendo de en momento de la historia lo lea, le llamarán la atención unos pasajes frente a otros aunque solo para confirmar que todo es siempre igual, cíclico. La respuesta de un viejo personaje que construye planetas y al que no puedo evitar imaginar como a un Peter Ustinov en La fuga de Logan recitando los gatos prácticos de T.S. Eliot. Cierta nostalgia al ver la solución de la crisis que nos ofrece Adams y a la que más de tres, cuatro, se apuntarían seguro:
—[...] llegó la recesión económica y decidimos que nos ahorraríamos muchas molestias si nos limitáramos a dormir mientras durase. De manera que programamos a los ordenadores para que nos despertaran cuanto terminase del todo.El anciano suprimió un bostezo muy leve y prosiguió:
Los ordenadores tenían una señal conectada con los índices del mercado de valores galáctico, para que reviviéramos cuando todo el mundo hubiera recuperado la economía lo suficiente para poder contratar nuestros servicios, bastante caros. [...]–¿Y no es una manera de comportarse bastante desagradable?
–¿Lo es? –preguntó suavemente el anciano–. Lo siento, no estoy muy al corriente.
Después de un principio lleno de humor nos mantienen adelantando historias que no parecen ir ningún sitio pero que esperan para encontrarte a la vuelta de la esquina: la historia de los ratones, el superordenador que dará la respuesta a todo. Me ha encantado la respuesta que solo necesita ya una pregunta bien formulada: 
–¿De veras existe? –jadeó Phouchg.
–Existe de veras –le confirmó Pensamiento Profundo.
–¿A todo? ¿A la gran pregunta de la Vida, del Universo y de Todo?
–Sí.
[...]
–¿Y estás dispuesto a dárnosla? –le apremió Loonquawl.
–Lo estoy.
–¿Ahora mismo?
–Ahora mismo –contesto Pensamiento Profundo.
Ambos se pasaron la lengua por los labios secos.
–Aunque no creo –añadió Pensamiento Profundo– que vaya a gusta-ros.
–¡No importa! –exclamó Phouchg–. ¡Tenemos que saberla! ¡Ahora mismo!
[...]
–¡Dínosla!
–De acuerdo –dijo Pensamiento Profundo–. La Respuesta a la Gran Pregunta...
–¡Sí...!
–...de la Vida, del Universo y de Todo... –dijo Pensamiento Profundo.
–¡Sí...!
–Es –dijo Pensamiento Profundo, haciendo una pausa.
–¡Sí!
–Es...
–¡¡¡ ¿Sí...?!!!
–Cuarenta y dos –dijo Pensamiento Profundo, con calma y majestad infinitas.
Si alguien me pregunta, no créo que lo hagan, cómo titular un libro, les diré «42», en letra. 










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