martes, 29 de marzo de 2011

J.D. Salinger: El guardián entre el centeno (1951)

Un divetimento. Un principio, una forma de aprende de cómo llegar a algo más alto. Además: un texto alejado de toda la mitología popular que dibujaba a Holden Caulfield como un adolescente conflictivo en el peor sentido de la palabra, el de un delincuente juvenil con problemas de adaptación. temía el libro porque la gente recurre a la anécdota en lugar de al núcleo.
El libro es un libro ligero y divertido que apunta a lo que vendrá después, personajes deliciosos, y uso esta palabra difícil de digerir con todas las letras. Phoebe, la hermana pequeña del protagonista que se desarrollara como germen de la descripción de la psique infantil que veremos en la familia Glass. Están también el compañero de habitación, el profesor de historia, el profesor de literatura y su mujer, ese compañero que vive del otro lado de la ducha, único acceso entre habitaciones...
Leo en internet que Salinger puede haber dejado quince novelas terminadas a lo largo de estos años de silencio. En el apartadeo de Facebook sobre mi estado escribo «Esperando las 15 novelas de Salinger». Una hora después Raúl Aragoneses comenta al pie: «¿Las necesitamos?». La pregunta me hiere, no sé por qué, me siento casi ofendido. Luego recapacito, Raúl habla de las obras terminadas, de hacer lo que uno tiene que hacer y hacerlo a tiempo. Quiere decir que las obras inconclusas como las perdidas en parte son también obra completa.
en cuanto reacciono respondo a su nota: «Yo sí, no sé explicartelo... Es como el que necesita comer. Creo que Salinger tiene mucho más que dar, que después de Seymour, an Introduction y de Harpworth (o como se escriba) que es un relato que me ha divertido como nada... venían más cosas, lo que él deja intuir en Seymour... "hay que disparar la canica sin querer ganar para poder acertar", me habla de una obra final, o de quince finales que partan en dos sin pretenderlo, que renueven si buscarlo, toda la narrativa por ver en el siglo XXI. Todavía estamos atados a demasiados convencionalismos. Salinger estaba preparado y ha tenido cuarenta y cionco años para llevarlo a cabo».
Eso pienso.  


domingo, 27 de marzo de 2011

J.D. Salinger: Seymour, una introducción (1959)

Me repito: «En el fondo del fondo la nostalgia del orden...». Así comienza Gil de Biedma su Diario del artista seriamente enfermo. Mi orden ha sido ha propósito desordenado: tenía demasiados prejuicios con The Catcher in the Rye como para empezar por ahí... ahora, cuando he leído todo lo que ha llegado a mis manos de Salinger, me pregunto si he hecho bien. No es bueno comprar los prejuicios, la gente los vende por nada. 
Y esa ha sido mi vida esta semana: Jerome David Salinger. 
Un amigo me dice: 
—Qué tal Isidro, ¿qué has hecho últimamente?
—Leer.
—Algo más habrás habrás hecho.
—En realidad no. 
—¿Y no te aburres?
—En realidad es toda una aventura—, lo digo y pienso en La increíble aventura (2003), un disco de Migala que pienso unilateralmenete que iban por ese mismo sentido, cuando titularon el disco. 
Es una aventura extraña leer en lugar de salir. Pero hay aventuras más tediosas, como la de ir al supermercado o ver por la tele la retransmisión de cualquier deporte. Además, pienso que si los hermanos Glass leían no ando tan desencaminado, los prefiero a ellos antes que a todos esos adultos siguiendo normas estrafalarias y dibujando líneas en el suelo y corriendo de un lado a otro.
La literatura es más como aquel juego que inventó Calvin el de Calvin y Hobbes, las normas del juego son las de ir cambiando las normas del juego.
Eso hace Salinger en Seymour: an introduction. Cambiar las normas del juego, las nuevas ya no dependerán de las anteriores ni se podrá volver a ellas, si vuelves se termina el juego, porque te aburres. Y sabe por dónde se anda, Buddy Glass, su verdadero protagonista, nos habla de lo literario sin decirlo a través de las sugerencias de su hermano que unas veces son la crítica literaria y otra el secreto del juego de canicas:
El método para jugar a las canicas que Seymour me había recomendado por pura intuición puede relacionarse de una manera legítima y nada oriental, diría yo, con el refinado arte de lanzar una colilla de cigarrillo a un cesto situado en el otro extremo de la habitación. Un arte, creo, en el que la mayoría de los fumadores masculinos son verdaderos maestros sólo cuando no les importa un bledo si la colilla llega o no al cesto, o cuando no hay testigos en la sala incluyendo, por así decirlo, al mismo disparador de colillas.
Y así vas avanzando entre los recuerdos y la vida mundana de un personaje que luego he encontrado muchas veces en otros libros, el alter ego descuidado del autor, un personaje cuya construcción no importa mucho, porque su labor es la subjetividad, ser un raro narrador omnisciente. Suena raro, lo sé, pero me explico, se trata de una sensación: es omnisciente porque lo ve todo desde fuera, ve toda la realidad que debe saber el lector, pero es a la vez la que percibe como personaje y no es un narrador en primera persona, porque percibe su mundo desde los límites y aún más, al autor no le preocupa demasiado la realidad del personaje.
J.D. Salinger quere hablar de Seymour y de sí mismo que es Buddy y no lo es, que ha escrito cosas que son suyas o son de J.D. o de ninguno de los dos. Juegan, muchos autores después de él a ese descuido que genera complicidad con el lector: Para qué quieres que me esfuerce tanto en fingir que yo no no yo, ambos sabemos de lo que estoy hablando. Ese es el personaje semiomnisciente que he encontrado en muchos después de Salinger.



viernes, 25 de marzo de 2011

J.D. Salinger: Levantad, carpinteros, la viga del tejado (1955)

Sigo pensando en este título, frente a los otros títulos de Salinger. Qué buscaba con esta alegoría. No puede ser otra cosa.
en lo demás se trata de una historia divertidísima. Me inquieta este humor del autor que encuatras siempre, ahí detrás, esa fina risa que hay detrás de todo lo grave que nos encontramos en la vida: una forma dulce y amarga de criticar la vida contemporánea, la gravedad que intentamos infundir a los actos más banales para refejar una especie de luz, un peso específico a nuestras acciones más insulsas.
El peso, la realidad, está en el cigarro que deja unos de los invitados apagado sobre el cenicero. ese acto en más real que la ceremonia de una boda para Seymour.

jueves, 24 de marzo de 2011

J.D. Salinger: Tres relatos (1941, 1942 y 1944)

Encuentro estos tres textos publicados en 1987 en revistas por Javier Marías: El corazón de una historia quebrada o The Heart of a Broken Story (1941), La larga puesta de largo de Lois Tagget o The Long Debut of Lois Taggett (1942) y Las dos partes implicadas o Both Parties Concerned (1944).

miércoles, 23 de marzo de 2011

J.D. Salinger: Nueve cuentos (1953)

Nine Stories, que salinger podría haber titulado Nueve o Caja, como contenedor que es de los relatos que él consideró publicables, los que comprende de 1948 a 1952.
Quedan veintiún relatos más de primera época, de 1940 a 1948, de los que he encontrado tres en interner, traducidos por Javier Marías.
Mientras tanto esta selección, que intuyo ha sido ordenada de forma estrictamente cronológica, se abre con el primer texto de éxito de Salinger, Un día perfecto para el pez plátano (1948), y con Seymour Glass como protagonista. Me pregunto qué lectura tendría en mi este texto si no viniera de leer Hapworth y Franny and Zooey. Tal vez no hubiera recibido esta sensación de flash-back, de ver pasar la vida ante los ojos de Seymour de manera tan nítida como lo vi en su habitación de hotel.


El tío Wiggily en Connecticut (1948)
Justo antes de la guerra con los esquimales (1948)
El hombre que ríe (1949)
En el bote (1949)
Para Esmé, con amor y sordidez (1950)
Linda boquita y verdes mis ojos (1951)
Teddy (1953)
El período azul de Daumier-Smith (1952)


lunes, 21 de marzo de 2011

J.D. Salinger: Hapworth 16, 1924 (1965)

Hapworth es una narración maravillosa que he leído en la idea de que se trataba de un relato primero del autor, por la simple y tonta razón de que habla de un Seimour de siete años. Un niño que es divertido, voraz, cercano, incomprendido por superdotado, un niño al que lees desde el extraño conocimiento de su muerte. Está el, está su hermano Buddy, toda la familia Grass. Toda la nacida en 1924, claro. El relato es una fiesta, es una historia divertida y cercana que te desconcierta y te hace reír, es el reclamo de las endorfinas que me ha hecho sentir ese placer de la lectura casi físico. Estoy exagerando, es probable, o no sé.  
Para mi sorpresa, cuando busco en la red más sobre el cuándo y cómo de la historia, descubro que Hapworth 16, 1924 es la última narración conocida de Salinger. Ocupó más de setenta páginas del número de The New Yorker que lo publicó en junio del 65. La wikipedia explica más sobre la publicación  (www.wikipedia.org/wiki/Hapworth_16,_1924): 
Después de que la historia apareciera en The New Yorker, Salinger —quién ya se había encerrado en su casa en New Hampshire— dejó de publicar para siempre. Dado que nunca se imprimió el relato "en pasta dura", los lectores tuvieron que buscar con empeño una copia de ese número o acceder a él en microfilm. Pese a todo, desde el lanzamiento en DVD de The Complete New Yorker, en 2005, el relato es de nuevo más que accesible.
Nos cuentan que en 1996 una editorial de Virginia inició el proceso de publicación del relato en forma de libro. Tras la muerte de Salinger este pasado 2010, el Washington Post publicó de los esfuerzos del editor, Roger Lathbury. Salinger, según el periódico, había contestado con cierta rapidez a la propuesta del editor y con una breve frase: "I'll think about it." Luego un 26 de julio, extraña fecha, Lathbury contestó al teléfono, la voz sonó como las gravaciones de voz que se conservan de Walt Whitman, se identificó y dijo:  "Well, um ... I am delighted that you called."
Luego se reunieron en la cafetería de la National Gallery of Art Salinger. La wikipedia dice que Salinger: "se sentía verdaderamente preocupado por la publicación del libro, hasta el punto de viajar a Washington para supervisar la tela de la cubierta". El periódico habla solamente de un encuentro en el que Lathbury llevaba un catálogo de telas y el manuscrito de 24.000 palabras que había mecanografiado a partir del original de la revista.
Qué manía los anglosajones con lo de medir en palabras los texto, y lo complejo es que la costumbre viene desde antes de los ordenadores. Qué media matemática, qué trabajador angustiado contaba hoja tran hoja las manchas de tinta.
Hablaron de libros,  de Mary Baker Eddy de la que J.D. Salinger era fan. Luego entraron en materia, no quería una edición en rústica con camisa, quería pasta dura y una tela con durabilidad: Buckram, un tejido que, claro, también he tenido que buscar en internet. Hablaron del cuerpo de la letra, de las fuentes, del interlineado, de la tirada. No hablaron de dinero o adelantos.
Pero la ilusión de Salinger duró poco. Un comentario a un periódico local, del que se hizo eco este mismo Washington Post, que habla en su páginas de sí mismo como de un extraño, pusieron la atención sobre Salinger que volvió a su encierro y nunca más contestó el teléfono a su editor. Medio año después de las primeras llamadas se canceló el proyecto. Pulled the plug on the proyect, esta dice estaa versión on-line del periódico, lo que sugiere cierta brusquedad y pocas explicaciones cuando las razones están a la vista: J.D no quería medios, quería algunos lectores, volver al placer de una pequeña edición, a su cuidado. Aunque esa es mi idea, claro.
El relato es divertidísimo. Más allá de Seymour y Buddy está la imagen de los padres anonadados del otro lado de la carta de un niño de siete años. Pide una segunda lectura tal vez al final, cuando lea el resto de esta pila de libros que son toda la obra de Salinger.

domingo, 20 de marzo de 2011

J.D. Salinger: Franny y Zooey (1955 y 1957)

Ahí, en una mesa, en una habitación con llena de libros apilados y en cajas, sobre esa mesa entre otros libros, están apilados los cuatro que me prestó Luis Somoza: Nueve cuentos, Franny y Zooey, Levantad, carpinteros, la viga del tejado, y El guardián entre el centeno.
Y así, he empezado por Franny y Zooey: cómo imaginar que esta novela sin apariencia de serlo, "descuidada", como dice el autor en su dedicatoria, me iba abrir las puertas a un autor que me había llenado de pereza. Pereza por la desconfiada fama hacia su novela El guardián entre el centeno, que vi pasar entre mis amigos a una edad en que no me interesaba casi nada y que luego cuando tú me hiciste buscar, o distraerme de mi miedo a buscar, ya me pareció como leer El hobbit en edades que sobresalgan de los márgenes de seguridad que conforman los catorce y los veinte años. Esa era, para mí, la edad para The Catcher in the Rye. Y aunque sigo sin haber leído la novela tal vez cuando la lea aprenda que no hay edad para nada y que no hay edades buenas o malas para leer un libro o subirse a un avión. Tiempo de aprender que hay una sola y breve vida. Mucho me ha hecho pensar Una breve historia de casi todo.
Al principio me confundió cierto caos descriptivo, que fue tal vez un periodo de acomodación al tono de los personajes. Pero luego fui conociendo a Franny, su delicadeza, y que su caos era interior. Una primera parte o una nouvelle que se resume en una espera, la de Lane, el "amigo" de Franny, en una estación de tren, y la escena en un restaurante. Todo está ahí, ese plato que Franny no toca durante todo el almuerzo y poco más, el mundo que los hombres creamos dentro de nuestras cabezas.
Franny nos habla del ser humano y sus imposturas esconde a su autor para decir cosas como:
Esto es en parte lo terrible del caso. Quiero decir que no son verdaderos poetas. Solo son gente que escribe poemas que se publican e incluyen en antologías por todas partes, pero no son poetas.
Salinger que a lo largo del libro desnuda y critica sus propios pensamientos, critica su actualidad y se pone en duda, dice y descalifica esa seguridad en el decir.

Luego Zooey. La novela, es incorrecto decirlo puesto que ya se ha desnudado antes, con la voz de salinger que nos plantea ciertas dudas y algunas normas de lo que va a narrar a continuación. Se dice familia de los Glass, nos da los personajes al modo del libreto teatral y nos deja con la imagen de una bañera en la que Zooey está fumando y leyendo una carta de su hermano Buddy. Y ya Zooey, la madre que entra en el baño para hacer algo en el espejo y le habla a él al otro lado de la cortinilla, y Franny. Nada más, también está  omnipresente y desaparecido Seymour, el hermano mayor que «se suicidó mientras estaba de vacaciones con su esposa en Florida. De estar vivo, hubiera cumplido treinta y ocho años».
Hay algo que no está y está en todo y que te engancha a la familia Glass en un domingo como este. Las opiniones de una familia que Zooey define:
Somos anormales, eso es todo. [...] Somos la Dama Tatuada, y no vamos a tener un solo minuto de paz en todas nuestras vidas hasta que todos los demás también estén tatuados.
Una familia o un gen erróneo lleno de carácter que pasa a través de todo y ese es, claro, su atractivo:
Hago que todo el mundo sienta que en realidad no desea realizar un buen trabajo, sino que sólo desea hacer un trabajo que sea considerado bueno por todos aquellos a quienes conoce: los críticos, los patrocinadores, el público, incluso la maestra de sus hijos. 
Una novela que me ha llevado a donde ha querido y por donde ha querido. Su fuerza y su decisión y su manera temeraria. Si yo escribiera, si una vez me preguntaran cómo titularía yo mi libro, no importa qué contenga dentro, lo titularía La dama gorda de Seymour.
No me importa dónde actúe un actor. Puede ser en un repertorio de verano, puede ser en la radio, puede ser en la televisión, puede ser en un maldito teatro de Broadway, lleno de la gente más elegante, mejor alimentada y más tostada por el sol que te puedas imaginar. Pero te diré un terrible secreto... ¿Me escuchas? No hay nadie allí que no sea la Dama Gorda de Seymour. Eso incluye a tu profesor Tupper, hermana. Y a todas las docenas de sus malditos primos. No hay nadie en ninguna parte que no sea la Dama Gorda de Seymour.  
A la hora de comer en la que como casi todos los domingos no he comido, el libro de las Nine Stories de Salinger y en internet algunos cuentos sueltos de cuya existencia he leído y que creo que no encontraré tan fácilmente, aunque las librerías o la biblioteca me abrieran la puerta por el sistema de urgencia.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Fernando Marías: Todo el amor y casi toda la muerte (2010)

Una historia desarrollada con varias tramas, un esqueleto bien montado y, de alguna forma, como decirlo, muy visual. Visual a la manera del que lee Los santos inocentes que leí hace tantos años, seguro que obligado por el colegio y seguro ya influido por la película.
Así he visto esta novela mientras leía. En esos paralelos que hace el cerebro con su autonomía, mi película se ha formado entre la película de Mario Camus , de 1984, y la de una película actual como fue El secreto de sus ojos (2009). A su lado hay tramos y maneras de decir que no pasarán al cine, fórmulas kunderianas que meditan sobre el ser, y sorpresas que a veces a unos le gustaría subrayas si yo fuera de esos, como cuando uno de los personajes piensa:
En un libro extenso los sentimientos pueden camuflarse, extraviados en el bosque de papel. Sin embargo, un librito como éste sólo contiene lo esencial, la vida y la muerte sin hueco para adjetivos, anécdotas o elucubraciones. Un libro corto, una de dos: o contiene la verdad o no contiene nada. 
Las tramas, que no he contado porque no apunto mientras leo, pero que son cuatro, creo yo, se forman una alrededor de las otras, o en paralelo, o dentro como la novela Todo el amor y casi toda la muerte, que ha escrito uno de los personajes.

Y de pronto, cuando va a terminar la novela porque ya no quedan casi páginas que sujetar en la mano, una coda, una final que acelera como debe acelerar todo en los finales, como sabe Beethoven. Mañana veré al autor, que presenta una nueva novela. No vale preguntarle si el que escribe sabe la solución o el final en una novela abierta, porque sabe los dos finales y, si prefiere uno, ya da igual. 

martes, 8 de marzo de 2011

Miguel Delibes: El hereje (1999)

Definitivamente sí, admiro la capacidad y la paciencia, el control de las palabras, el conocimiento. Delibes me sorprende con una novela de la que ya me habían hablado antes, no sé quién, o tal vez sí se. Me sorprende porque el Delibes que he conocido es un autor realista que habla del hoy, de la gente de su época, y este salto a la Valladolid de siglo XVI me ha descolocado, no sabía que esperar: maldita tendencia al estereotipo que nos encasilla ante los demás, esta necesidad de comprendernos por grupos, no como personas y momentos únicos.
Vuelvo al tema: me gustan los autores que juegan conmigo, y él lo hace desde la primera página: la cita, fuerte e inesperada, nos muestra un rumbo, otro tono, luego vemos el nombre, su autor. el resto de la página en blanco. Hay que seguir para saber qué nos quieren contar, que intención tiene Delibes. Ha roto, antes de empezar a hablar, con nuestra idea preconcebida de lo que anunciaba el título: una novela, de Delibes, un tema extraño o antiguo, la herejía.
Él sabía que ésta sería su última obra, la que cerraba su carrera, y eso, pensar en el ser ante su vida vista en ambas direcciones, ponderando con quietud su pasado, lo hecho, y su futuro, me emociona. Me maravilla, en esta nueva etapa —que no lo es porque sería entonces también un cliché, un muro que me cierra—, en este tiempo en el que sólo busco una cosa, me maravilla la aventura de los escritores que se lanzan a la nada en esa apuesta increíble y sin sentido, porque nada lo tiene y menos cerrarse en un cuarto o subir a una montaña para llenar cien páginas de ideas que pasan por el mismo sitio en el que él se para y recoge.
Así veo este libro, una gesta y una contención al mismo tiempo. El escritor, con su todo lento, iluminado por el mismo candil que ilumina a los personajes, describe con la pasión que el tiempo narrado permite y crece entre la técnica de su lengua y su expresión contenida: la sensación de que, más allá de cualquier cosa que puedas decir, tienes en tus manos un gran libro. Un libro que sabe donde está, en la realidad sin sentido del hombre, en mitad de la Historia que no va a ningún sitio. Ni en un solo momento utiliza la palabra sueño, soñar, ninguna de sus variantes.  
Que abismo y qué de puentes se me ocurrían entre una novela como ésta y Los pilares de la Tierra, tan lejos y tan cerca. Su tiempo igual y sus dos maneras de contar, como estructura la acción Delibes y cómo Follett. Creo que fue en Un idioma sin fronteras, programa de radio de libros, para el que no lo conozca,  donde dijeron que Follett hacía honor a su apellido con su nueva novela, y es cierto porque, dicho sin maldad, Follett es folletinesco: pero es fiel a sí mismo, su manera es la repetición de la estructura acción, guerra, amor una y otra vez. Delibes no, él espera, él deja que las cosas sucedan desordenadas y sin sentido del tiempo o del ritmo, es natural y es cercano juega con nosotros y con nuestra capacidad de sorpresa como el castellano que es. Lo dice desde dentro del tiempo, hablando de la vida en el siglo XVI como si no le costara trabajo.
Delibes es, no imposta, no pretende ser otra cosa, salta cuatro siglos atrás para hacernos ver que la vida desde dentro es lenta, no tiene velocidad. La velocidad está en el tiempo y la distancia, eso nos dice. Nos dice que el hombre es un punto en la nada, que todas nuestras historias son épicas y ridículas, que venimos de la nada, del sin querer, de una unión de errores, y que volvemos a ese mismo espacio ridículo. Que nos apostamos la vida sin pensar que siempre lo perdemos todo.

jueves, 3 de marzo de 2011

Andrés Neuman: Bariloche (1999)

Breve, tal vez una historia humilde y claro, no hablo de los personajes, hablo de la dificultad de crecer dentro de la novela. Observo ese intento inicial como el Vila-Matas y La asesina ilustrada, ese trabajo de crecer dentro de la historia, de obligar al detalle que no aburre, que amplía, al comentario que perfila y no sobra. Eso último lo pensé creo por primera vez con Bolaño y algunas de sus novelas más cortas: creo que estoy pensando en Estrella distante, cuando contaba cosas muy buenas y otras fuera de lugar en un intento de equilibrista por alargar en otra novela un capítulo de La literatura nazi en América.
Aquí no, la historia es breve pero no pretende ser otra cosa. Sobre una trama muy conocida el color local de Buenos Aires, de sus trabajadores llegados de provincias remotas para malvivir. Trabajos sin destino ni pasión recuerdo de los trabajos fantasma de aquellos hermanos lejanos de El astillero.
Demetrio y la mujer, ese Junta más heroico con una mujer más lenta y más silenciosa. esa escena que se repite porque no existe y es la única que nos importa, que es el éxito del perdedor en las novelas de perdedores, y el perdedor  que es cualquier personaje con su soledad y otro cuerpo a su lado.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Bill Bryson: Una breve historia de casi todo (2003)

Esa confianza que te transmiten ciertos autores. Que no te defraudarán en su próximo libro. Tal vez eso tiene que ver más con el hecho de que te ha interesado o has intuido una forma de acercarse al mundo, de conocer, con la que simpatizas. Eso pensé cuando encontré este voluminoso libro de Bill Bryson: 640 páginas. 
Y he aprendido tantas cosas con él que verdaderamente tendría que volver a leerlo para aprender. Por que es un compendio de lo que los hombres, con nuestro pobre conocimiento hemos llegado a saber de nosotros mismos y de el mundo que nos rodea. Un libro que ni pienso en resumir, porque lo importante es todo y detrás de todo está este impulso de saber e indagar en el sentido de lo que somos sobre la Tierra y en mitad del Universo.
Bill Bryson nos habla de lo medido para aprender a conocer nuestra medida: una especie que aniquila a cualquier otra especie por placer, por hambre o por ignorancia. Un ser en mitad de un sistema y un planeta que por azar han reunido las condiciones para la existencia de vida y que devuelve al mundo ese don, como hizo Thomas Midgley, enriqueciendo la gasolina con plomo, creando el CFC y los clorofluorocarbonos y, finalmente y para gloria de los premios Darwin, una máquina de poléa que le ayudarían a levantarse y moverse en la cama en la que se vio postrado, un error más que se enredó y estranguló a su autor en 1944.
Tal vez me ha incomodado algo en el libro: la estupidez humana. Pero cómo evitarla en una historia general de lo que somos, un paseo que empieza con los átomos, que pasa por el Big Bang, que llega al acelerador de hadrones a su debido tiempo, que habla de nuestros antepasados y me deja un sabor amargo cuando pienso en mi breve existencia y mi egoísmo, ese que piensa solo en mí y en no morir nunca a ser posible, ese que piensa en todos estos libros mientras te busca y sabe que no hay tiempo ni hay posteridad o recompensa, este egoísta que quiere salvar de la inexistencia estos minutos en que te recuerdo, que quiere traer, como Izamid en su relato, una prueba del sueño, un tique de la compra en sus sueños llenos de supermercados con el que poder demostrar que ha estado allí, del otro lado, en otro nivel de las cosas o en una existencia que nos de sentido e inmortalidad, saber que podemos guardar nuestros objetos en un sitio el día que muramos.
En eso me incomoda Bill Bryson, y me hace encontrar cierta hermosura en esta fugacidad: 650.000 horas, 800.000 horas con mucha suerte. 34.000 días, o la mitad.
Tal vez quiere decir que debo salir de aquí, que si quiero hacer algo no puedo esperar mucho. O hay que buscar un subterfugio. El libro da una pista para poder escapar, para pasar al otro lado de las cosas:
Cuando dos objetos se tocan en el mundo real (las bolas de billar son el ejemplo que se utiliza con más frecuencia) no chocan entre sí en realidad. «Lo que sucede más bien es que los campos de las dos bolas que están cargados negativamente se repelen entre sí... Si no fuese por sus cargas eléctricas, podrían, como las galaxias, pasar una a través de la otra sin ningún daño.» Cuando te sientas en una silla, no estás en realidad sentado allí, sino levitando por encima de ella a una altura de un angstrom (una cienmillonésima de centímetro), con tus electrones y sus electrones oponiéndose implacablemente a una mayor intimidad.
He aprendido geología, física, botánica, química, antropología, humildad. Sigo sin saber cual es la forma correcta de utilizar estas horas leves.