domingo, 27 de marzo de 2011

J.D. Salinger: Seymour, una introducción (1959)

Me repito: «En el fondo del fondo la nostalgia del orden...». Así comienza Gil de Biedma su Diario del artista seriamente enfermo. Mi orden ha sido ha propósito desordenado: tenía demasiados prejuicios con The Catcher in the Rye como para empezar por ahí... ahora, cuando he leído todo lo que ha llegado a mis manos de Salinger, me pregunto si he hecho bien. No es bueno comprar los prejuicios, la gente los vende por nada. 
Y esa ha sido mi vida esta semana: Jerome David Salinger. 
Un amigo me dice: 
—Qué tal Isidro, ¿qué has hecho últimamente?
—Leer.
—Algo más habrás habrás hecho.
—En realidad no. 
—¿Y no te aburres?
—En realidad es toda una aventura—, lo digo y pienso en La increíble aventura (2003), un disco de Migala que pienso unilateralmenete que iban por ese mismo sentido, cuando titularon el disco. 
Es una aventura extraña leer en lugar de salir. Pero hay aventuras más tediosas, como la de ir al supermercado o ver por la tele la retransmisión de cualquier deporte. Además, pienso que si los hermanos Glass leían no ando tan desencaminado, los prefiero a ellos antes que a todos esos adultos siguiendo normas estrafalarias y dibujando líneas en el suelo y corriendo de un lado a otro.
La literatura es más como aquel juego que inventó Calvin el de Calvin y Hobbes, las normas del juego son las de ir cambiando las normas del juego.
Eso hace Salinger en Seymour: an introduction. Cambiar las normas del juego, las nuevas ya no dependerán de las anteriores ni se podrá volver a ellas, si vuelves se termina el juego, porque te aburres. Y sabe por dónde se anda, Buddy Glass, su verdadero protagonista, nos habla de lo literario sin decirlo a través de las sugerencias de su hermano que unas veces son la crítica literaria y otra el secreto del juego de canicas:
El método para jugar a las canicas que Seymour me había recomendado por pura intuición puede relacionarse de una manera legítima y nada oriental, diría yo, con el refinado arte de lanzar una colilla de cigarrillo a un cesto situado en el otro extremo de la habitación. Un arte, creo, en el que la mayoría de los fumadores masculinos son verdaderos maestros sólo cuando no les importa un bledo si la colilla llega o no al cesto, o cuando no hay testigos en la sala incluyendo, por así decirlo, al mismo disparador de colillas.
Y así vas avanzando entre los recuerdos y la vida mundana de un personaje que luego he encontrado muchas veces en otros libros, el alter ego descuidado del autor, un personaje cuya construcción no importa mucho, porque su labor es la subjetividad, ser un raro narrador omnisciente. Suena raro, lo sé, pero me explico, se trata de una sensación: es omnisciente porque lo ve todo desde fuera, ve toda la realidad que debe saber el lector, pero es a la vez la que percibe como personaje y no es un narrador en primera persona, porque percibe su mundo desde los límites y aún más, al autor no le preocupa demasiado la realidad del personaje.
J.D. Salinger quere hablar de Seymour y de sí mismo que es Buddy y no lo es, que ha escrito cosas que son suyas o son de J.D. o de ninguno de los dos. Juegan, muchos autores después de él a ese descuido que genera complicidad con el lector: Para qué quieres que me esfuerce tanto en fingir que yo no no yo, ambos sabemos de lo que estoy hablando. Ese es el personaje semiomnisciente que he encontrado en muchos después de Salinger.



2 comentarios:

  1. esta es para mí una obra maestra intachable, llena de momentos entrañables y en una clave de homenaje tan sincera y sensible que es imposible no caer al más hondo de las conmociones luego de acabarlo.
    Salinger es y será por siempre mi escritor predilecto.

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  2. pues busca Hapworth 16.1924 http://bitacoradellectorimpaciente.blogspot.com.es/2011/03/jd-salinger-hapworth-16-1924-1965.html no lo he encontrado a la venta pero anda por internet... a mí me volvió loco, luego que me he quedado esperando obra postuma, y hasta donde sé... aquí sigo.

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