martes, 24 de abril de 2012

Carson McCullers: El corazón es un cazador solitario (1940)

Anotar, dejar una marca al final de cada libro. Saltar de uno a otro sin estas notas no da tiempo a dividir, no fija mis ideas. Como me pasó al leer y dejar para más tarde las anotaciones de los volúmenes autobiográficos de Thomas Berhard. Así que deberé tomar como una obligación dejar una nota antes de pasar a lo siguiente. 
El camino de migas de pan, como estos dos días en el sur en los que me he aburrido horriblemente avanzando por El corazón es un cazador solitario. Llegué a McCullers por una referencia a Reflejos en un ojo dorado, alguien alababa desde otro libro a este, pero encontré primero por puro azar su primer libro. tal vez no estaba atento, tal vez venía de la lectura más divertida de Bradbury y me esperaba El vino del estío (1957). tenía conmigo también el minúsculo librito de Sebald El paseante solitario. En recuerdo de Robert Walser... 
Lo raro es que me había gustado mucho el principio:
En la ciudad había dos mudos. Estaban siempre juntos. Cada mañana a primera hora salían de la casa en la que vivían y bajaban por la calle en dirección al trabajo [...]
y que algo que normalmente me hace dejar un libro me obligó a seguir por algunas páginas en las que reconozco que no sabía qué personaje hacía qué cosa. Es cierto que era un esquema muy simple que yo no veía tal vez porque el paisaje y el buen tiempo me estaban distrayendo, pero seguía por el jaleo de nombres y de personajes que probablemente solo querían decir que una vida de pobre es todas las vidas de los pobres, más allá de las razas y, claro, de los nombres. 
No me desperté, no centré la idea hasta que disparan a la niña. siento haberme alegrado como lector de aquel tiro, pero me servía para poner una marca. A partir de ahí se dibujó más claramente el doctor, el borracho, la niña que compone. Me ha pasado algo muy raro que quiero que permanezca: sería fácil revisar las páginas y anotar los nombres, pero no recuerdo más que el del sordomudo Singer.
Así, la novela fue creciendo por su nada hasta el crechendo final. Empieza como el falso final de la novena con la visita de Singer a su amigo Antonapoulos. Luego sigue ese esquema hasta el Götterfunken:
Porque en un fugaz resplandor captó un vislumbre del esfuerzo y del valor humanos. Del interminable y fluido paso de la humanidad a través del tiempo infinito. 
No estropeo el final, la poesía de esta idea no revela nada de sus protagonistas. Solo me sirve como expresión de esa sensación final que marca muchas veces toda una lectura. Esas últimas líneas me han dejado pensando en la autora. ¿Por qué, solo por eso o hay algo más? Esas líneas dan sentido al plan, me dejan ganas de leer más, de investigar sobre la amiga de Klaus y Erika Mann y de W. H. Auden. Hay una novela ahí que tal vez Izamid debería escribir o que puede que esté ya escrita: los hijos de Thomas Mann, el matrimonio de Auden y Erika, la vida en Brooklyn.